domingo, 27 de abril de 2014

Zapatillas
 
Conmovedora  película; “Los niños del cielo”,  el protagonismo del guión  recae sobre un  par zapatillas y de quienes las calzan.
  Este calzado  deportivo cada vez más vigente en la sociedad,  significa mucho  por el valor que su uso me representa, al punto que cada vez que tengo que viajar lo primero que pongo son mis  zapatillas. Pensando  algo así como  en el caso hipotético en  que  solo pudiese elegir un elemento como equipaje, sin dudarlo un instante, este sería el elegido
  Religiosamente me permiten sostener  el ritual de correr al menos durante una hora cada día por las calles del lugar en que me encuentro. A este hábito que  sostengo ya desde  hace unos cuantos años  - y que comienza en el  instante de montar las zapatillas-  es que debo el reconocimiento inicial del terreno en el que piso. Desplazarme así con las endorfinas circulando, el aire impregnando cada célula,  y los ojos bien abiertos me permite gozar plenamente este primer contacto cultural de la región. Probablemente las carreras descalzos y a campo traviesa que debían hacer diariamente los hombres primitivos, a modo de subsistencia, mucho  hayan tenido que ver con la alegría de vivir de aquellos tiempos, tan escasa por estos días  a pesar de tanto confort disponible.

    Primer jornada en este viaje por Europa,  el día en Madrid está en sus albores y  ya estoy corriendo por la Castellana; una de las principales avenidas de la capital española, me miro las zapatillas, respiro hondo y levanto la cabeza, busco hacia arriba y el que busca encuentra: un lujoso y  enorme edificio termina coronado en el tope con un monumento que apenas alcanzo a distinguir, es la silueta de una mujer alada que irradia libertad y es precisamente eso lo que me hace sentir. Inmediatamente bajo la mirada ( es lo que debe hacerse para no atropellarse a nada ni a nadie luego de levantarla) el cambio es  abrupto, justo debajo de la magnánima estatua  en plena zona residencial del primer mundo me encuentro con el opuesto, paradojas de hoy y siempre, delante de mis pies topo con una silueta humana completamente tapada con una frazada a la intemperie; me detengo, miro alrededor , cada cual sigue su camino sin inmutarse y yo tampoco me animo a nada, siento la vergüenza del mundo dentro de mí  y tal como los demás sigo mi carrera, en el viejo continente la miseria también  sacude y en mi indiferencia me involucro con ella. Aquí, no es  Sud America donde ya sabe uno de antemano con lo que ha de encontrarse a cada rato, es “primer mundo” como  le llaman, una de sus grandes capitales, una de sus principales avenidas. El desafío sigue vigente y no hay manera de no sentirse avergonzado, sigo trotando, pero ya no como cuando levante la vista buscando el cielo, sobre la tierra no hay forma de no sentirse cómplice de este mundo tan ambiguo que entre todos hemos construido y  que en tantos momentos de la historia, como el de la  revolución francesa, se soñó con desterrar
  La película del iraní Majid Majidi del año 1997: “Los niños del cielo”  presenta de manera sublime la dignidad que suele habitar solo en los pobres, aquellos que  verdaderamente humildes tienen la escala de valores en su lugar. El eje del film gira en un par de zapatillas  por el significado que a estas le adjudican sus personajes centrales, una trama que con extrema sencillez  cuenta como dos hermanos, un niño y una niña, comparten un mismo par de calzado pasándoselo en absoluto secreto varias veces al día para poder seguir cumpliendo a lo largo de la jornada  con sus  responsabilidades, el niño decide al fin competir en una carrera pedestre por uno de los premios al ganador,  ¿el premio?  Un par de zapatillas para regalar a su hermana a quien le habían robado sus viejos zapatos por una distracción suya.

     Mientras corría  y me encontré con aquel hombre tirado en la calle  reflejando la inequidad me acordé de esta película y ese dignísimo par de zapatillas, entonces pensé  en las mías y en las que les compro a cada uno de mis hijos como recambio cada vez que incipientemente se les dañan las que tienen. Agradezco profundamente el poder pisar con mis pies el mundo en el que habito, el recorrerlo de este modo prodigioso me permite comprender que el compromiso de todos nosotros sigue vigente para quien sabe un día el recorrido (con o sin zapatillas) sea más justo y equitativo para todos…..   

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