domingo, 27 de abril de 2014

Un clásico

  Habitar  verdaderamente la época que a uno le toca vivir,  no solo significa asumir un punto de vista respecto de lo que nos sucede, sino además intentar  hacer algo  con lo que nos sucede. Para la comprensión de ello uno de nuestros grandes aliados es la lectura,  especialmente  la lectura de lo que a través de los tiempos ha dado en denominarse un clásico.
  Ahora bien el asunto se hace denso a la hora de definir qué o quién es un clásico y por qué debiera ser leído.
  Podríamos decir a grandes rasgos que un clásico es aquel libro que jamás pasará inadvertido al lector de cualquier época por la particularidad que lo sostiene; su resistencia al paso del tiempo, lo convierte  así en bastión atemporal  que podrá o no gustar  pero que ha de marcar a quien por sus páginas deambule.
  Un clásico nos demuestra en su recorrido que a partir de él sucederán otros libros, cual  brotes de un interminable  árbol genealógico que cual perpetuo eco clama  presente en las páginas  de su descendencia.
  En íntimo diálogo con un clásico vuelve el lector a  re-descubrir lo que ya sabía o lo que sin saberlo ya se le estaba olvidando, lo que indefectiblemente surgirá como desafío novedoso a reconstruir en esa exquisita complicidad que compartimos con quienes se han desvivido al plasmar en papel con tamaña perfección- vaya uno a saber con qué clase de don- haciendo caber el universo en sus páginas.
  Un clásico se convierte así en un susurro distante que se  sostiene  en la actualidad para hacernos recordar quiénes somos, hemos sido y seremos a través de todos los tiempos.

  Por último un clásico es aquel que  nunca debiera ser bastardeado por textos críticos o comentarios que ocasionen prejuicio o distorsión. Y permitir así a quienes en sus legítimas páginas se sumergen  la posibilidad de promover el incesante intento que como especie nos distingue, insistir llenos de fe, en tratar de comprender algo– aunque no lo logremos-  de lo que se trata este asunto de vivir,  asumiendo siempre la necesidad de involucrarnos,  y reconociendo que la lectura es parte del deber de educarnos en un fervoroso intento de comprometernos con el tiempo en que  nos tocó vivir. Para ello nada más moderno ni actual que un clásico.

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