lunes, 28 de abril de 2014

Solidaridad full time

   Hay maneras y maneras
   Hoy parecería que la legitimidad del ser y su accionar  está centrada en la autenticidad con que cada uno se despliega ajustando el menú a sus propias y particulares reglas.
   Los dogmas, las normas y la ortodoxia gozan de un  desprestigio para nada desmerecido y  conquistado a lo largo del tiempo.
  La historia de la humanidad nos ha decepcionado incontables veces desde sus estructuras e instituciones normadas y reglamentadas; la iglesia- por ejemplo-  y el palacio de justicia entre otras se han cansado de distorsionarse a sí mismas.
   En ese vaivén que  nos caracteriza pasamos al otro extremo, soy religioso como quiero, la justicia  la moldeo a mi conveniencia, el reglamento lo manejo yo.
 Alguien me dijo una vez:
- No te olvides que vos podes ser un religioso light gracias a quienes como yo adherimos a las normas y  preceptos con rigurosa estrictez.
   Con este breve preámbulo vamos al meollo de lo que aquí convoca; el tema de la solidaridad, ¿cómo funciona? de este mismo modo,  es decir cada uno lo pilotea como se le da la gana. Seguramente  usted, como yo,  al menos alguna vez  pensó que así la humanidad no puede continuar….que así no podemos seguir – parece que sí podemos-
¿Dígame si alguna vez mientras compraba sofisticados juguetes o un nuevo par de zapatillas  para sus hijos, no se le apareció un niño de la calle descalzo, hambriento y sucio con la mano extendida  por unas monedas haciendo que su propio mundo se desmoronara?
 ¿Cuénteme si alguna vez mientras decidía con su familia si las vacaciones serían en el Atlántico o en el Pacífico algún noticiero ráfaga de esos que hoy abundan no lo derrumbó con esas imágenes de chicos raquíticos que forman parte de más del 30 %  de quienes sucumben en la extrema pobreza?
  ¿O que sin ir más lejos en el barrio donde usted vive ( si es que no se le dio por ir a encerrarse a uno de esos barrios blindados donde la realidad no se ve)  percibe con facilidad que son poquísimos los que llegan a fin de mes dignamente?
  ¿Y entonces qué? Nos toma una súbita implosión de desasosiego que exteriorizamos con una explosión de solidaridad traducida en esa acción de bien con la que pretendemos expiar una porción de nuestra  culpa y colaborar para cambiar en algo este mundo, en un arranque nos vamos al orfanato más próximo a regalar juguetes viejos,  llevamos trajes y zapatos en desuso al asilo de ancianos o salimos a donar sangre al banco del hospital más cercano.
   Claro que cuando uno se tranquiliza piensa y analiza se da cuenta que aquello no es más que un brote, que mejor que nada es, pero que ni remotamente alcanza.
   Sería como la de quien pretende mejorar su salud o bienestar por a lo largo del año fue tres veces al gimnasio, o se cuidó con las comidas la primera quincena de marzo, cuando sabemos, o deberíamos, que para que así sea, el hábito debe ser continuo y sostenido. Lo otro algo es algo,   pero no alcanza.
   Lo que se ve usualmente, no sólo en el ciudadano común, sino en las empresas, las instituciones y los gobiernos,  son estertores de conciencia solidaria esporádica, como para aliviar la mochila y continuar así sin fecundos, ni sostenidos cambios de fondo.
   Lo inusual, lo que hondamente nos llama la atención, es el acto de aquellos que diariamente se extienden ofreciéndose al otro, más que con ideologías, con su accionar concreto  y cotidiano. Esto no es lo habitual

   En las escuelas, las familias y las universidades, deberían machacarnos  que  la solidaridad no se ejerce eventualmente,  como quien  cepilla sus dientes cada día para que le duren toda la vida. Tal cual  como lo hacen aquellos, quienes siguen siendo una rareza, debiéramos aprender que la solidaridad es trabajo para todos y todos los días,  que como patrimonio de la humanidad la solidaridad debe organizarse, por que  requiere ser “solidaridad full time”.

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