Saboreando
el Educar
Apasionante es descubrir que palabras que
atañen estrictamente a lo humano, tales
como ética, compromiso, solidaridad, vocación, confluyen cual afluentes que
enriquecen un prolífico río en la
palabra “Educar”. No sólo referido al ámbito de la escuela, ni solamente a lo
que representa como palabra, sino que extendiendo el concepto a todo ámbito y a
lo que como verbo se plasma en acción.
Con algo de madurez, lo primero que suele
ocurrirnos es una inminente necesidad por compartir lo que tenemos y algo de lo
que sabemos, el otro aparece como aquel a quien cuanto antes queremos
ofrecernos.
Saber proviene de saborear e implica indefectiblemente el nosotros, mejor dicho,
el yo en el nosotros, como base
de una sociedad que pretende crecer.
Si saber es saborear, educar es compartir.
Trabajar por una sociedad mejor deja de ser
una utopía a partir de la idea en que hogar, escuela, club, templo, hospital,
facultad, se transforman en moradas del ser, donde solamente se es “con” y donde el desarrollo estará siempre ligado
en un; a la par entre pares, enseñar y aprender es un tono dinámico y
placentero de mutuo compromiso.
El punto es a quiénes se enseña y de quiénes
se aprende, pues así como ni los padres ni los hijos elegimos a quienes como
tales se nos presenta en destino, es así como ni profesores ni alumnos (en
escuelas y facultades en general) elegimos quienes serán esas personas con
quienes compartiremos el desafió discípulo-docente. Es en ese encuentro donde
lo que hasta ese instante perteneció al terreno destino azar, pasa a ser un
encuentro concreto entre personas con nombre y apellido, que compartiendo
espacio y tiempo asumen en con-junto el
desafió que solo la pasión puede sostener, allí, en ese momento arranca el
motor que nos hace comprender que no existe condición, por difícil que parezca,
que impida el compromiso de educar como
el gozo de compartir el mejor de los tiempos; “tiempo de eternidad”.
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