lunes, 28 de abril de 2014

Saber decir que no
  
Hace algunos años una periodista me hizo una entrevista y escribió refiriéndose a mi trayectoria; “No es el trabajo artístico en sí lo que define a Kemelmajer  sino el  entusiasmo con que lo ejerce”
  Lo interpreté como una forma elegante de decir algo así como: su arte no me va ni me viene pero el ímpetu con que lo desempeña sí.
  Suele ser mordaz e irónica en sus críticas, me dejó inquieto, pero pensándolo bien la periodista no sólo tenía razón -en esta ocasión- sino que me permitió ahondar, intentando clarificar la idea de qué es en realidad un artista y al respecto, cuál es la parte que a mí me toca.
   En definitiva un artista es alguien que se encuentra tomado por una  fuerza ingobernable que lo impulsa a ejercer aquello que se traduce sencillamente en su arte, y en verdad esto es entusiasmo; incondicionalidad que nos direcciona a ejercer aquello que tanto amamos. Si es verdad, la periodista tuvo razón, soy un artista,  pero por  sobre todo - por inspiración arrebatada y adhesión fervorosa-  soy un entusiasta. Nada más sabroso que el entusiasmo, pero como todo, en exceso nos mata.
 Hace algunos años, ya en un estado calamitoso, visité un médico naturista que luego de  breve anamnesis y examen clínico descubrió mi frágil estado al borde del colapso. Me miró fijo y me dijo: “Mirá vas a tener que aprender a decir que no”.
  Como es mi costumbre de inmediato traté de justificarme en la cantidad de obligaciones - en general más que obligaciones, compromisos contraídos sin ninguna obligación-. El doctor Almagro me cortó en seco con el estilo que lo caracteriza y me dijo: “Oí bien, a veces un “no” vale mucho más que un “sí”, vas a tener que aprender a decir que no”.
   Tuve que darle rienda suelta a varias facetas artísticas, antes que focalizar intentando destacarme en una de ellas, aunque no es lo más conveniente, no me salió de otra forma y continúo siendo el mismo entusiasta de siempre, sólo que desde aquel  encuentro médico algo aprendí.
   Después de muchos años nos cruzamos  por la calle, yo estaba mucho mejor que cuando lo consulte, él se me arrimó con una sonrisa franca y me dijo:
-Te vengo siguiendo el  recorrido, te felicito por todas las cosas que estás logrando.
      - Le agradezco, le respondí con el entusiasmo de siempre, es que aprendí a decir que no para  poder decir que sí cuando hace falta.
La aguda y apasionada filósofa Josefina Semillan, en una  inolvidable conferencia sobre educación lo expreso así:
     -Hay que saber poner límite a los niños, pues de haber oído en su infancia el no, como una clara y  saludable  forma de amor que no desborda,  sabrán un día decir el sí y también el no.

Que no se nos olvide,  en miles de ocasiones un ¡no! vale mucho más que un sí. 

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