Saber
decir que no
Hace
algunos años una periodista me hizo una entrevista y escribió refiriéndose a mi
trayectoria; “No es el trabajo artístico en sí lo que define a Kemelmajer sino el
entusiasmo con que lo ejerce”
Lo interpreté como una forma elegante de
decir algo así como: su arte no me va ni me viene pero el ímpetu con que lo
desempeña sí.
Suele ser mordaz e irónica en sus críticas,
me dejó inquieto, pero pensándolo bien la periodista no sólo tenía razón -en
esta ocasión- sino que me permitió ahondar, intentando clarificar la idea de
qué es en realidad un artista y al respecto, cuál es la parte que a mí me toca.
En definitiva un artista es alguien que se
encuentra tomado por una fuerza
ingobernable que lo impulsa a ejercer aquello que se traduce sencillamente en
su arte, y en verdad esto es entusiasmo; incondicionalidad que nos direcciona a
ejercer aquello que tanto amamos. Si es verdad, la periodista tuvo razón, soy
un artista, pero por sobre todo - por inspiración arrebatada y
adhesión fervorosa- soy un entusiasta.
Nada más sabroso que el entusiasmo, pero como todo, en exceso nos mata.
Hace algunos años, ya en un estado calamitoso,
visité un médico naturista que luego de
breve anamnesis y examen clínico descubrió mi frágil estado al borde del
colapso. Me miró fijo y me dijo: “Mirá vas a tener que aprender a decir que
no”.
Como es mi costumbre de inmediato traté de
justificarme en la cantidad de obligaciones - en general más que obligaciones,
compromisos contraídos sin ninguna obligación-. El doctor Almagro me cortó en
seco con el estilo que lo caracteriza y me dijo: “Oí bien, a veces un “no” vale
mucho más que un “sí”, vas a tener que aprender a decir que no”.
Tuve que darle rienda suelta a varias
facetas artísticas, antes que focalizar intentando destacarme en una de ellas,
aunque no es lo más conveniente, no me salió de otra forma y continúo siendo el
mismo entusiasta de siempre, sólo que desde aquel encuentro médico algo aprendí.
Después de muchos años nos cruzamos por la calle, yo estaba mucho mejor que
cuando lo consulte, él se me arrimó con una sonrisa franca y me dijo:
-Te vengo siguiendo
el recorrido, te felicito por todas las
cosas que estás logrando.
- Le agradezco, le respondí con el
entusiasmo de siempre, es que aprendí a decir que no para poder decir que sí cuando hace falta.
La
aguda y apasionada filósofa Josefina Semillan, en una inolvidable conferencia sobre educación lo
expreso así:
-Hay que saber poner límite a los niños,
pues de haber oído en su infancia el no, como una clara y saludable
forma de amor que no desborda,
sabrán un día decir el sí y también el no.
Que
no se nos olvide, en miles de ocasiones
un ¡no! vale mucho más que un sí.
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