Obsolescencia
programada
Hace alrededor de un siglo cuando el poder
económico decidió que los focos de luz no podían durar demasiadas horas
encendidos sin quemarse, por una cuestión de rentabilidad maquiavélica nacía lo
que más tarde daría en denominarse
obsolescencia programada.
Vaya paradoja, los dueños de Osram y otras
firmas que tenían controlado el
monopólico negocio de la bombilla incandescente pagaban a sus expertos ingenieros, nada menos
que para que ellos consiguieran que el filamento conductor se cortase antes de
superar las mil horas de encendido. Los especializados en eficiencia ingeneril retados a la
ineficiencia. Otro ejemplo que en plena era de industrialización, vale recordar
es el de las medias de seda, cuando se transformaron en
aditamento femenina masivo ( y tal como con la bombilla) los fabricantes
se encargaron que estas se corrieran con mas facilidad obligando así a que
millones de mujeres de todo el planeta tuviesen que salir corriendo tras un
nuevo par minutos antes de salir para alguna fiesta –uñas femeninas largas y
medias de seda, igual rajadura- cualquier hombre que haya convivido con una
mujer sabe de lo que hablo-.
Desde entonces y hasta ahora los sistemas económicos, que son
los que rigen la política, se han
avocado a la rentabilidad como único objetivo llevándose por delante nada menos
que al ser humano, la patología por comprar y renovar objetos cuando no hay
ninguna necesidad real que requiera su
adquisición o recambio arrasa sin distinción de credo, nacionalidad o clase social, de esta
programación no hay quien se salve.
Hace poco durante una conferencia sobre
consumo racional y planeta sustentable tuve la oportunidad de escuchar a uno de
los máximos referentes del Brasil;
-En mi casa materna cuando era niño la
licuadora que se usaba era la misma que por mas de 50 años ya había servido a
mas de un generación, claro que fue a
reparación unas cuantas veces, pero aun así seguía funcionando.
Hoy
– poniendo un ejemplo frecuente- vemos
como familias enteras que todavía no tienen resuelto la canasta alimenticia
básica portan celulares costosísimos con muchos aditamentos que nunca
utilizaran, también la de aquellos que con viviendas precarias y muy pequeñas
donde el hacinamiento no admite espacialmente, ni un tv de 14 pulgadas hay uno
de 42 de ultima generación sacrificando en aquello un dinero crucial para
necesidades prioritarias, claro que esto no es casual.
Una situación personal llena de conflictos familiares me permitió al fin conservar el último
automóvil que adquirió mi padre hace
ya más de 30 años. Muchos matrimonios se
jactan de que en su institución conyugal jamás hubo un sí y un no, en el caso
de mi mujer y quien les habla podríamos enorgullecernos que siempre y sistemáticamente todo ha sido
un sí y un no, o en su defecto un no y
un sí.
Ella fue la primera en asecharme para deshacerme de la reliquia, en
esta oportunidad no tuvo la exclusividad, mis hijos y mis hermanos reforzaban
la batalla.
Mi padre había gastado una suma
exorbitante en el carromato - para la
época era avanzado en confort y
accesorios y su buen funcionamiento a pesar de los años y kilómetros me
empecinaron en seguir conservando el “Sedan 1980”.
No estaba tan errado, el viejo Toyota se
convirtió en el auto suplente de la familia, mientras que los nuevos vehículos
van cayendo, la nave continua tosiendo
fielmente.
No soy restaurador ni amante de las
antigüedades y mucho menos un negador de la evolución tecnológica y de su
necesaria incorporación según corren los tiempos, pero, olvidar la esencia
podría ser letal y hay hechos que así lo confirman: Cuando el 11 de setiembre
del 2001 los aviones secuestrados en Nueva York por los terroristas de al Qaeda
se dirigían para impactar contra las torres gemelas -y sus tripulantes supieron
que ya no había vuelta atrás- existen pruebas,
que quienes pudieron tomaron sus celulares y llamaron a sus seres queridos para decirles
cuanto les querían, ninguno llamó al banco, a la agencia de autos o a la tienda
de compras, todos llamaron a sus afectos para comunicarles cuanto les amaban.
Parece que cuando se está en el final y sólo
nos queda una cosa por hacer nos abocamos al amor, pero el resto del tiempo nos
lo pasamos invirtiendo en renovar cosas, en “comprar”. No debiéramos olvidarnos nunca la esencia que nos sostiene; la finitud.
Despilfarramos el más preciado de nuestros tesoros “el tiempo” en consumir sobre todo aquello que ni
siquiera necesitamos. Permanentemente estamos siendo dirigidos para comprar. Al
menos antes de comprar no olvide preguntarse aunque más no sea ¿que comprar?,
¿por qué comprar? y ¿para qué comprar?
o como en el caso del viejo Toyota aún eficaz y cargado de afecto; ¿¿¿por qué cambiar????
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