lunes, 28 de abril de 2014

Obsolescencia programada

   Hace alrededor de un siglo cuando el poder económico decidió que los focos de luz no podían durar demasiadas horas encendidos sin quemarse, por una cuestión de rentabilidad maquiavélica nacía lo que más tarde daría en  denominarse obsolescencia programada.
 Vaya paradoja, los dueños de Osram y otras firmas que tenían controlado el  monopólico negocio de la bombilla incandescente  pagaban a sus expertos ingenieros, nada menos que para que ellos consiguieran que el filamento conductor se cortase antes de superar las mil horas de encendido. Los especializados  en eficiencia ingeneril retados a la ineficiencia. Otro ejemplo que en plena era de industrialización, vale recordar es el de las medias de seda, cuando se transformaron  en  aditamento femenina masivo ( y tal como con la bombilla) los fabricantes se encargaron que estas se corrieran con mas facilidad obligando así a que millones de mujeres de todo el planeta tuviesen que salir corriendo tras un nuevo par minutos antes de salir para alguna fiesta –uñas femeninas largas y medias de seda, igual rajadura- cualquier hombre que haya convivido con una mujer sabe de lo que hablo-.

  Desde entonces y  hasta ahora los sistemas económicos, que son los que  rigen la política, se han avocado a la rentabilidad como único objetivo llevándose por delante nada menos que al ser humano, la patología por comprar y renovar objetos cuando no hay ninguna necesidad real que requiera su  adquisición o recambio arrasa sin distinción de  credo, nacionalidad o clase social, de esta programación no hay quien se salve.

   Hace poco durante una conferencia sobre consumo racional y planeta sustentable tuve la oportunidad de escuchar a uno de los máximos referentes del  Brasil;
-En mi casa materna cuando era niño la licuadora que se usaba era la misma que por mas de 50 años ya había servido a mas de un generación, claro que  fue a reparación unas cuantas veces, pero aun así seguía funcionando.
Hoy – poniendo un ejemplo frecuente-  vemos como familias enteras que todavía no tienen resuelto la canasta alimenticia básica portan celulares costosísimos con muchos aditamentos que nunca utilizaran, también la de aquellos que con viviendas precarias y muy pequeñas donde el hacinamiento no admite espacialmente, ni un tv de 14 pulgadas hay uno de 42 de ultima generación sacrificando en aquello un dinero crucial para necesidades prioritarias, claro que esto no es casual.

Una  situación personal  llena de conflictos familiares  me permitió al fin conservar el último automóvil que adquirió mi padre  hace ya  más de 30 años. Muchos matrimonios se jactan de que en su institución conyugal jamás hubo un sí y un no, en el caso de mi mujer y quien les habla podríamos enorgullecernos  que siempre y sistemáticamente todo ha sido un sí y un no,  o en su defecto un no y un sí.
   Ella fue la primera en  asecharme para deshacerme de la reliquia, en esta oportunidad no tuvo la exclusividad, mis hijos y mis hermanos reforzaban la batalla.
  Mi padre había gastado una suma exorbitante  en el carromato - para la época era  avanzado en confort y accesorios y su buen funcionamiento a pesar de los años y kilómetros me empecinaron en seguir conservando el “Sedan 1980”.
  No estaba tan errado, el viejo Toyota se convirtió en el auto suplente de la familia, mientras que los nuevos vehículos van cayendo, la nave continua  tosiendo fielmente.
    No soy restaurador ni amante de las antigüedades y mucho menos un negador de la evolución tecnológica y de su necesaria incorporación según corren los tiempos, pero, olvidar la esencia podría ser letal y hay hechos que así lo confirman: Cuando el 11 de setiembre del 2001 los aviones secuestrados en Nueva York por los terroristas de al Qaeda se dirigían para impactar contra las torres gemelas -y sus tripulantes supieron que ya no había vuelta atrás- existen pruebas,  que quienes pudieron tomaron sus celulares  y llamaron a sus seres queridos para decirles cuanto les querían, ninguno llamó al banco, a la agencia de autos o a la tienda de compras, todos llamaron a sus afectos para comunicarles cuanto les amaban.

   Parece que cuando se está en el final y sólo nos queda una cosa por hacer nos abocamos al amor, pero el resto del tiempo nos lo pasamos invirtiendo en renovar cosas, en “comprar”. No debiéramos  olvidarnos nunca  la esencia que nos sostiene; la finitud. Despilfarramos el más preciado de nuestros tesoros “el tiempo”  en consumir sobre todo aquello que ni siquiera necesitamos. Permanentemente estamos siendo dirigidos para comprar. Al menos antes de comprar no olvide preguntarse aunque más no sea ¿que comprar?, ¿por qué comprar? y   ¿para qué comprar? o como en el caso del viejo Toyota aún eficaz y cargado de afecto; ¿¿¿por  qué cambiar????

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