lunes, 28 de abril de 2014

Música brasilera, llegó para quedarse.

 Lo efímero de la moda nada tiene que ver con conquistar el tiempo; hoy se nos ofrece la instantaneidad como néctar de los dioses, pero lograr contemporaneidad es otra cosa.
La época que nos tocó provoca la sensación de que nada va a durar y esto parece tragarse la posibilidad de que algo, o peor, alguien, trascienda. De todas maneras, la diferencia entre lo momentáneo y aquello que logra perdurar es franca.
Hablar de música es en buena medida hablar de tiempo – no de espacio y tiempo, como en la mayoría de las cosas- y es justamente por ello que cuando la música es verdaderamente lograda, ésta no solo consigue inscribirse en su época sino que probablemente lo consiga con quienes están por venir. Algunos ejemplos de la llamada música clásica lo muestran sobradamente en la pervivencia.
Tal vez suene jactancioso pensar en lo humano como aquello que queda, sobretodo cuando se enaltece el Carpe Diem como si muchos no lograsen comprender que justamente, saber vivir el momento liga inexorablemente a la trascendencia.
   La Bossa Nova como punto de inflexión en la historia de la de la música brasilera es un ejemplo concreto de lo que intento expresar. Integró la enorme fila de sus fieles seguidores, pero más allá de subjetivos fanatismos, fácil es reconocer que sus armonías, letras y melodías nacieron en aquel ecléctico país no sólo para endulzar aquellos días, sino para continuar haciéndolo así.
En recepciones, muestras, exposiciones, aniversarios e incluso frívolos desfiles de moda es frecuente un sonido de fondo de Antonio Carlos Jobim, Joao Gilberto o Vinicius de Moraes, por nombrar algunos de los más prolíficos y universalmente representativos del género. Ya pasaron unos cuantos años de la composición de la garota de Ipanema, Chega de Saudade y Samba de una Nota So y allí continúan ellas sonando por doquier.
¿Por qué? Sus melodías circulares y envolventes acompañan como una mamá acunando a su bebé, y sus letras amorosas en justísima dosis de simpleza amalgaman con la musicalidad y el ritmo.
Dicen muchos escritores, entre ellos el notable Borges, que un escritor no es  por lo que escribe sino por lo que lee y desde esa misma óptica  se considera al músico(o quien modestamente como yo, pretende serlo) no sólo es por lo que interpreta, sino por lo que escucha.
 Probablemente nada refleje mejor a una persona que su biblioteca y sus disco, somos, en buena medida, lo que leemos y lo que escuchamos.
  Tengo impregnada el alma de melodías y armonías que volverlas a escuchar (como quien relee un libro)  me provocan la profunda emoción que otorga un efecto cada vez más íntimo con aquello que se insiste en re- escuchar.
  Hoy mientras caminaba  a la sombra de una arboleda y gracias a estos minúsculos aparatitos de música portátil, volví a oír una de estas conocidas canciones del Brasil y prestando atención a su letra conseguí comprender algo más:
¿Para qué llorar? Si el sol ya va a salir, si el día va a amanecer.
¿Para qué sufrir? Si la luna va a nacer cuando el sol ya no esté.
¿Para qué llorar? Si existe amor, la cuestión es solo dar, la cuestión es el dolor.
Quien no lloró, quien no se lastimó no podrá nunca más decir;
Para qué llorar, para qué sufrir si hay siempre un nuevo amor cada nuevo amanecer.
La canción nos interroga. La melodía se mantiene apenas con pequeñas variantes en las tres estrofas para dejar sentado en un texto breve (como suele serlo en la bossa) que es en los sentimientos primarios en que lo humano se ciñe, y que la paradoja que nos  hermana como especie convive con estos dilemas e interrogantes.
 Por más tecnificado y globalizado que esté el planeta tierra,  jamás podremos renunciar a aquello que nos constituye, y en ese sentido la música no significa, la música es. Ella como  puro sentimiento nos dice cosas que resuenan en lo más hondo de cada célula.
Aquí aparece entonces este género musical parido en el Brasil que tanto tiene que ver con lo antedicho.  “Pra qué chorar” con letra del legendario Vinicius de Moraes – el blanco mas negro de brasil, como gustaba llamarse a sí mismo- y música del gran guitarrista Baden Powell, volví a corroborarlo.
Como un Beethoven, un Mozart, un Piazzola, un Morricone, un Duke Ellington o los afamados Beatles  también se me hace  indispensable un Vinicius de Moraes, un Jobim, un Joao Gilberto o un Chico Buarque de Holanda.
Este amoroso entramado musical del Brasil que  nació para quedarse.

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