Mi
perro – Su perro
En una revista de peluquería (cuando todavía
tenia pelo) hablaban sobre las mascotas y su inteligencia.
Solo quienes hemos convivido con una mascota
como parte de la familia, entendemos de verdad lo que un “animal” significa,
(en una reunión de consejo superior universitario escuche contestar a un profesor: Muchas gracias, cuando en una fuerte
discusión el vicerrector lo llamó animal,
y siguió; para mí ser llamado así, lejos de una agresión es un cumplido, de verdad se lo agradezco)
La Beta tenía 10 años (humanos) cuando
murió, era una ovejero belga y desde el
día que la destetamos de su mamá hasta hoy, que partió, el único conflicto
que generó no dependió de ella; mi refinada esposa quería llamarla Greta y yo
un asumido chico de barrio; Beta. Supo sabiamente aliviar desavenencias
respondiendo a los dos nombres hasta que por fin se impuso beta, mejor aún; “la
Beta”.
Su estampa y pelaje negro y brillante sumado
a su nítida e incisiva mirada simulaban
un lobo que inspiraba respeto, e incluso miedo a toda persona ajena al hogar
limitaba así el ingreso a casa de solo su familia o de aquellos que por
nosotros fuesen amablemente habilitados a pasar. De lo contrario era imposible
ingresar (valor preciadísimo por estos días) sus ladridos y postura marcaban
territorio infranqueable.
Mis hijos no son de aquellos del tipo de
andar compartiendo con la mascota sofá o comida en la mesa, pero supieron
otorgarle respetuosamente su espacio en el hogar, nada más ni nada menos que el lugar del perro de la casa.
Mi mujer se adjudicaba el rol que mejor
desempeña, el maternal; se encargó siempre de alimentarla, higienizarla y del
control veterinario.
A mí
en cambio me tocaba la mejor parte, Beta y yo compartíamos placer común: tres veces por semana nos
lanzábamos en carrera juntos por el parque general San Martín – uno de los mas
bellos del mundo- en variables travesías que duraban alrededor de dos horas. La
complicidad había llegado a tal punto que de solo mirarla corría tras mis
zapatillas sabiendo lo que venia. Cuando por algún motivo no podía llevarla yo
sentía enormemente la falta de su compañía y ella en casa manifestaba la desilusión
por la falta de lo que con seguridad más
disfrutaba.
En principio íbamos al parque en un pequeño
auto y no le importó, aprendió a superar cualquier atisbo claustrofóbico
metiéndose de un salto en el baúl, luego comenzamos a trasladarnos en una espaciosa
trafic que siempre tuve desprolija y sucia gracias a la perdida de su pelo y
las marcas de sus siempre embarradas
patas, cosa que en la escala de valores nunca me preocupó, eran nimiedades, al lado de lo que su
compañía brindaba.
Cuando compartíamos esos paseos deportivos (parece mentira
escribir en pasado apenas por un día)
con el optimismo que provee el movimiento en pleno contacto con la
naturaleza, pensé en reiteradas ocasiones: cuánta sabiduría encierra un animal y cuánto hay para aprender de ellos.
Nunca fue adiestrada, el instinto, algunas pautas claras, y la
imitación bastaron para ello
A diferencia de cualquier ser humano -desde
los más queridos hasta los más lejanos- supo aceptarme tal cual soy, así
alimentó sanamente mi autoestima entregándome su afecto sin ningún tipo de
condicionamientos.
Cuando por algún motivo debía ausentarme de
casa por unos días lo intuía y así me lo hacia notar con su mirada, se me
ocurre debe ser ese asunto que los humanos llamamos fidelidad, algo así como hasta que la muerte nos separe,
a ellos no se los dice nadie y lo entienden, a nosotros nos los repiten desde
hace siglos en todos los idiomas, todos
lo credos y en todos los templos y todavía no lo aprendemos. Al regresar me manifestaba sin retaceos ni
especulación cuánto me había extrañado,
con esa franqueza perruna que me hacia
sentir irremplazable.
Desde cachorrita supo cuidarse especialmente de su peor enemigo: los autos y
respetaba el pavimento más que cualquier niño de su edad equivalente. En cuanto
a cuidarnos a nosotros, su familia, ya se los conté, del mismo modo en que
nos recibía moviendo la cola se tornaba
una en una loba furiosa ante un extraño, su sola presencia era una
garantía mayor que cualquier sofisticado sistema de alarma.
Del
mismo modo en que dignificaba la vida, supo también hacerlo a la hora de
morir, n a t u r a l m e n t e
decidida, ese día me miró diferente: no hagas nada, déjame buscar un rinconcito
y ya está, partió.
Nosotros
los humanos ( mientras más adultos más humanos…. o inhumanos depende el sentido
que usted le quiera dar ) que de simples
tenemos poco y enseguida lo complejizamos todo y para ello la culpa nos viene
como anillo al dedo.Al ratito empezamos:
si le hubiésemos dado aquel otro remedio, si hubiésemos cambiado de
veterinario, si no la hubiésemos dejado ese dos semanas en las vacaciones……No, la perra lo demostró
clarito y sin hablar; dignidad de vivir es también dignidad de morir y nuestra
perra vivió y murió dignamente al promedio de la edad en que suelen partir los
de su tamaño.
Ya muerta como si poco nos hubiese regalado
en vida, acariciándola mientras llorábamos con mi hijo más chico, siguió
enseñando. Me permitió sin peroratas
presentarle de cerca la muerte al benjamín como parte del maravilloso ciclo de
la vida.
“Mientras
más conozco al hombre mas quiero a mi perro” dice una visión pesimista de
nuestra especie al respecto del mejor amigo del hombre.
El bohemio y legendario poeta brasileño
Vinicius de Moraes en una de esas tantas noches de farra rodeado de amigos
y pasado en copas como acostumbraba
dijo:-No hay duda mis queridos;
el whisky es el mejor amigo del hombre - ante la replica de uno de
los músicos que defendió al perro como el más fiel de los amigos, jocosamente
y tratando de no echarse atrás en su
aseveración respondió en su irónico
estilo: esta bien….Entonces consideremos el whisky como “perro
embotellado”. Ocurrente Vinicius que con su irrefrenable libertad todo se
permitía, sin embargo prefiero concluir estas líneas no humorísticamente sino
de un modo más serio y pesimista en
palabras del gran poeta italiano Gicomo Leopardi. En uno de sus poemas el pastor envidia a sus ovejas por carecer estas
de pensamientos:
“Las bestias no conocen el futuro y la muerte
para ellas es un hecho más, como la lluvia o el viento… es el programa natural
que les otorga la vida: comer, descansar, aparearse, criar la prole y luego
abonar la tierra con el propio cuerpo ya muerto”.
No es precisamente de los humanos sino de estos animales donde verdaderamente
se aprende de forma natural el ciclo vital, ya sea de la mano de Dios o de la mano de Darwin
como usted más le guste.
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