lunes, 28 de abril de 2014

Lo que no se premia

Existe una tendencia generalizada  en la prensa mundial  a dedicar enormes espacios a figuras exitosas en distintos rubros que integran la sociedad.
    Es así como a lo largo del año se difunden numerosas premiaciones (en muchas ocasiones bajo la forma de majestuosos festivales) dedicadas a galardonar cineastas, músicos, actores, deportistas, empresarios, y otras veces a premiar la belleza y la inteligencia, posicionando dichas figuras  en el candelero, que en algunos casos (en otros no tanto) conquistan la fama merecidamente.
   De tal forma y debido al alcance inmediato de los multimedios, estos ídolos invaden pantallas y páginas semana tras semana con datos e información (información, en general,  perteneciente al orden de lo íntimo) generando en la mente de millones de niños y jóvenes un inconsciente colectivo que tiende a  admirarlos  e imitarlos en  sus logros.
  Sin lugar a dudas quienes están en la cresta de la ola por la particularidad que los destaca  en absoluto merecen crítica, la cuestión es la sobrevaloración propagandística y el desmesurado reconocimiento  económico que por ello obtienen.
  Esta situación puede llevarnos  a preguntarnos: ¿Cuáles son entonces los modelos que convertidos en ídolos ofrecemos los adultos a los más jóvenes como estímulo en la construcción de sus vidas?
  Es así como otra vez el exceso que caracteriza a nuestra especie (en este caso exceso de reconocimiento multimedial y económico a esos ídolos)  genera un efecto social que marea y despista en sus expectativas de logro, a quienes representan nada más ni nada menos que el futuro. En ocasiones, la ignorancia de adultos adquiere tal magnitud al respecto que somos nosotros, quienes directamente  inducimos a  la ingenua descendencia a  una carrera desvirtuada tras el éxito y el reconocimiento, no como camino vocacional de una particular huella a recorrer, sino como la obtención de un resultado atado al exitismo.
   Cada uno de nosotros es un sagrado eslabón de un conjunto al que todos pertenecemos-  o intentamos pertenecer- llamado humanidad...humanidad que en permanente feed back nos afecta y se ve afectada por el propio accionar(todavía hay gente que no se da cuenta del impacto que tiene en el planeta). Me atrevo a pensar que salvo contadas excepciones no son los ídolos mediáticos y acaudalados quienes entregan sus vidas en el rescate constante que  nos salva como especie, sino que paradójicamente son aquellos héroes anónimos -las más de las  veces con ingresos que no alcanzan para una vida digna-  con su trabajo diario y silencioso dirigido al prójimo, quienes sin prensa y desde el más puro anonimato lo consiguen.
  Hay que ser ingenuo para pensar que nuestros  jóvenes hijos quieran  para sus propias vidas imitar el camino de estos vapuleados, aunque, verdaderos héroes sociales.
Chico Buarque de Holanda, el brillante cantautor brasilero canta en una de sus canciones; “El dolor de la gente no sale en los diarios”,  y quienes por mitigarlo se desviven, menos.
 ¿No deberían quienes dirigen los medios de comunicación en  un mundo tan poco justo y ecuánime, dar un mayor protagonismo a aquella gente y hechos ligados a mejorar el bienestar general de la humanidad, como legítimos modelos dignos de imitar,   y disminuir (aunque más no sea un poco)  la exagerada  difusión  que se le da a  ídolos de barro,  como un negocio que lejos de orientar a los jóvenes (adultos también)  en su  procura vocacional de ser y servir los invita  al exitismo?

    Dicen quienes administran medios masivos de comunicación desde la eficacia rentable: ¡Ala gente hay que darle lo que quiere! Eficaz sería: ¡La gente consume lo que se le da!

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