lunes, 28 de abril de 2014

Lo que no se programa

    Salir por ahí dejándonos sorprender por lo que el camino nos ofrece como el más puro ejercicio de existir ha caído en desuso por causas diversas que de algún modo atentan contra  el impulso de vivir. Lo que en la niñez pertenecía al extraordinario terreno del vagabundeo vital donde solo o en patota  divagar consistía en el placer por dejarse sorprender quien sabía de qué.
  Lo que un grupo de adolescentes encarábamos cuando un feriado escolar nos encontraba  carpa de por medio, listos para marcharnos quien sabe dónde, la  reunión de un grupo de parejas con hora y punto de encuentro marcadas,  para una vez reunidos allí decidir para donde rumbear, cuando toda la familia subida a un auto se lanzaba  a la ruta en un viaje que lejos de toda programación sería parte de  una inolvidable aventura compartida.
   La inseguridad, el abuso de la comunicación (incomunicación), la sistematización del tiempo libre, la minuciosa programación del día como una manera de ser eficientes han reducido en la actualidad al mínimo la sorpresa y lo inédito como condimentos esenciales para el gozo.
  Recuerdo aquel  viaje al sur con el Coco y el Natu (hace algo así como unos 30 añitos atrás) que terminó en Bariloche, nuestro dinero escaso no permitía ningún tipo de lujo residencial ni alimenticio, en esa ciudad tan cara en plena temporada. Al preguntar a un estudiante de nuestra edad por alguna posibilidad de hospedaje muy económico nos contestó: estoy saliendo a visitar a mi familia en la Pampa les dejo mi departamento, cuando se vayan le dan las llaves al vecino chau me estoy yendo que se diviertan.
 Veníamos  llegando del Bolsón  con un frío de locos, un portero de algo así como un club municipal nos prestó unas fabulosas duchas de agua caliente  con un presión y temperatura  que probablemente no se hubiera conseguido ni en un hotel 5 estrellas.
  Al concluir mis primeros estudios universitarios, trabajé un año juntando algo de plata y  sin rumbo definido me lancé al viejo continente en lo que resultó ser un viaje sin destino prefijado, sumamente revelador, en mucho colaboró el encuentro personal que tanto andaba necesitando.  
  Sin pretensiones de vanagloriar lo “no programado”,  la excesiva programación arrebata la generosidad  de la improvisación y lo inesperado.
  Saber dónde se  dormirá, la hora exacta y la variedad de comida  que se  comerá, cada uno de los prefijados lugares que se visitarán,  hace de lo que podría ser inolvidable una rutina  predecible que atenta contra lo no programado como la posibilidad de renacer  en la sorpresa de lo que está por venir.
  Una película llamada “Bella” arranca con un impreso que dice lo siguiente: “Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes”

¿Para qué programar tanto e ir contra la naturaleza, si en verdad nadie sabe con certeza donde estará mañana? 

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