Lo que no se programa
Salir por ahí dejándonos sorprender por lo
que el camino nos ofrece como el más puro ejercicio de existir ha caído en
desuso por causas diversas que de algún modo atentan contra el impulso de vivir. Lo que en la niñez
pertenecía al extraordinario terreno del vagabundeo vital donde solo o en
patota divagar consistía en el placer
por dejarse sorprender quien sabía de qué.
Lo que un grupo de adolescentes encarábamos
cuando un feriado escolar nos encontraba
carpa de por medio, listos para marcharnos quien sabe dónde, la reunión de un grupo de parejas con hora y
punto de encuentro marcadas, para una
vez reunidos allí decidir para donde rumbear, cuando toda la familia subida a
un auto se lanzaba a la ruta en un viaje
que lejos de toda programación sería parte de
una inolvidable aventura compartida.
La inseguridad, el abuso de la comunicación
(incomunicación), la sistematización del tiempo libre, la minuciosa
programación del día como una manera de ser eficientes han reducido en la
actualidad al mínimo la sorpresa y lo inédito como condimentos esenciales para
el gozo.
Recuerdo aquel viaje al sur con el Coco y el Natu (hace algo
así como unos 30 añitos atrás) que terminó en Bariloche, nuestro dinero escaso
no permitía ningún tipo de lujo residencial ni alimenticio, en esa ciudad tan
cara en plena temporada. Al preguntar a un estudiante de nuestra edad por
alguna posibilidad de hospedaje muy económico nos contestó: estoy saliendo a
visitar a mi familia en la Pampa les dejo mi departamento, cuando se vayan le
dan las llaves al vecino chau me estoy yendo que se diviertan.
Veníamos
llegando del Bolsón con un frío
de locos, un portero de algo así como un club municipal nos prestó unas
fabulosas duchas de agua caliente con un
presión y temperatura que probablemente
no se hubiera conseguido ni en un hotel 5 estrellas.
Al concluir mis primeros estudios
universitarios, trabajé un año juntando algo de plata y sin rumbo definido me lancé al viejo
continente en lo que resultó ser un viaje sin destino prefijado, sumamente
revelador, en mucho colaboró el encuentro personal que tanto andaba
necesitando.
Sin pretensiones de vanagloriar lo “no
programado”, la excesiva programación
arrebata la generosidad de la
improvisación y lo inesperado.
Saber dónde se dormirá, la hora exacta y la variedad de
comida que se comerá, cada uno de los prefijados lugares
que se visitarán, hace de lo que podría
ser inolvidable una rutina predecible
que atenta contra lo no programado como la posibilidad de renacer en la sorpresa de lo que está por venir.
Una película llamada “Bella” arranca con un
impreso que dice lo siguiente: “Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus
planes”
¿Para
qué programar tanto e ir contra la naturaleza, si en verdad nadie sabe con
certeza donde estará mañana?
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