Las
paletas playeras
Desde pequeños a los hijos uno ya trata
de presentarles lo que considera favorable para el pleno desarrollo de sus
vidas. Uno de esos importantes ítems para mi (hay que ver luego que opinaran
ellos) es el deporte.
En el menor de los retoños el efecto fue
notable, desde los primeros meses mostró una disposición física natural sumamente receptiva ante cualquier
estímulo corporal.
Apenas si conseguía tenerse en pie cuando los
veraneantes paraban en la playa para verlo paletear por la precisión con que lo
hacía, cuando el peso y el tamaño de la raqueta playera era notoriamente
desproporcionado para su edad y tamaño.
Ni bien llegábamos a la playa me entregaba
una paleta y tomando la suya no había manera de cansarlo en prolongadas
sesiones que se extendían hasta la caída del sol.
Si bien
el tiempo despierta muchos
enigmas, lo que es irrefutable es
que pasa, y el benjamín en un pestañazo
de ojos ya cumplió los trece.
Hoy,
ya como pares, nos encontramos
paleteando en una de esas mismas playas donde la cosa comenzó pero el asunto es
que el juego no está resultando como lo esperamos
-
Viejo,
¿que pasa que no sale?( me dice) ¿en qué estamos herrando?
- En la mayoría de los juegos y deportes-
(le respondí)- el asunto está en derrotar al rival, algo así como encontrar su
punto débil y trabajar allí para lograr vencerlo, en el paleteo playero es
justamente lo contrario, la clave está en concentrarse para facilitar el juego al otro, es decir apuntar
de modo preciso para permitir que
nuestro compañero de juego pueda devolver la pelotita sin que caiga al suelo.
A partir de allí el juego se nos torno
desafiante, pleno, largo y placentero.
Cuando volvíamos a la cabaña pensé que al
final el juego de las paletas de playa se parece al permanente juego con
aquellos que convivimos: debiéramos siempre facilitarles el juego como el modo
más eficaz de facilitarnos el propio y así hacerlo más efectivo y duradero.
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