La
memoria del cuerpo
Desde
pequeño la pulsión corporal ocupó un espacio de privilegio, la gimnasia y los
deportes en general me permitieron integrar el cuerpo en su conjunto como la
más noble herramienta con la que los
humanos contamos
Hace
30 días tuve un accidente en motocicleta, me lesioné la rodilla y el pie
derecho.
La consulta inmediata con un excelente
traumatólogo prescribió tras algunos estudios complementarios; muletas y
reposo, diagnosticó fractura y esguince en el pie.
Fiel a mi estilo a los dos días comencé con
una actividad física leve y a la semana algo más moderada utilizando la
sabiduría que marca el dolor y su umbral
como límite; hasta dónde llegar en amplitud de pequeños movimientos con cada
ejercicio que me fui auto prescribiendo.
Por favor que a nadie se le ocurra seguir
esta formula terapéutica para curarse de algo, lo que sí intento es brindar la
credibilidad que provee el relato del
propio cuerpo, capaz de mostrarnos en todo momento hasta qué punto contamos con
él.
Cuando a los treinta días verificamos con el
doctor que había sanado, ese mismo, día
comencé a trotar y ni bien di la primera pisada con la diestra en dirección al
oeste, con la imponente cordillera de los Andes como marco tuve la
sensación de que nada había sucedido. Es
el registro atemporal que nos provee el cuerpo hasta el último suspiro, como
quien aprendió a rodar en bicicleta y no
se olvidara jamás, pueden pasar años sin subirse a una de ellas pero en el
momento en que lo hace es como si uno
nunca hubiera dejado.
Cuentan
que instantes antes de morir un sabio monje fue interpelado por el más fiel de
sus discípulos que le preguntó:
-No sé si me cabe el
derecho, pero he seguido cada uno de sus pasos incondicionalmente.
Desde que tengo uso de
razón, usted ha sido mi maestro, mi modelo, quisiera que antes de partir me
diga qué ha sido lo más importante en toda su vida.
El maestro se tomó unos segundos y respondió:
-El cuerpo, definitivamente,
ha sido mi cuerpo.
El
discípulo perplejo no podía creer lo que escuchaba y agregó:
-¿Cómo es posible semejante
respuesta de alguien que ha construido
cada uno de sus días desde la
espiritualidad?
El maestro le respondió con su último
aliento:
-Uno podrá, a lo largo de la vida cambiar de ciudad, de
amigos, incluso de fe, pero jamás el cuerpo que hemos de habitar hasta el último
aliento. He tenido que llegar al final de mi vida para comprender que precisamente es el cuerpo nuestro templo más
sagrado
Es
ancestral la memoria del cuerpo y es sabio transmitir, de generación en
generación, su conciencia y cuidado.
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