lunes, 28 de abril de 2014

La memoria del cuerpo
  
 Desde pequeño la pulsión corporal ocupó un espacio de privilegio, la gimnasia y los deportes en general me permitieron integrar el cuerpo en su conjunto como la más noble  herramienta con la que los humanos contamos
 Hace 30 días tuve un accidente en motocicleta, me lesioné la rodilla y el pie derecho.
La consulta inmediata con un excelente traumatólogo prescribió tras algunos estudios complementarios; muletas y reposo, diagnosticó fractura y esguince en el pie.
Fiel a mi estilo a los dos días comencé con una actividad física leve y a la semana algo más moderada utilizando la sabiduría  que marca el dolor y su umbral como límite; hasta dónde llegar en amplitud de pequeños movimientos con cada ejercicio que me fui auto prescribiendo.
Por favor que a nadie se le ocurra seguir esta formula terapéutica para curarse de algo, lo que sí intento es brindar la credibilidad  que provee el relato del propio cuerpo, capaz de mostrarnos en todo momento hasta qué punto contamos con él.
Cuando a los treinta días verificamos con el doctor que había sanado, ese mismo,  día comencé a trotar y ni bien di la primera pisada con la diestra en dirección al oeste, con la imponente cordillera de los Andes como marco tuve la sensación  de que nada había sucedido. Es el registro atemporal que nos provee el cuerpo hasta el último suspiro, como quien aprendió a  rodar en bicicleta y no se olvidara jamás, pueden pasar años sin subirse a una de ellas pero en el momento en que  lo hace es como si uno nunca hubiera dejado.
            Cuentan que instantes antes de morir un sabio monje fue interpelado por el más fiel de sus discípulos que le preguntó:
-No sé si me cabe el derecho, pero he seguido cada uno de sus pasos incondicionalmente.
Desde que tengo uso de razón, usted ha sido mi maestro, mi modelo, quisiera que antes de partir me diga qué ha sido lo más importante en toda su vida.
El maestro se tomó  unos segundos y respondió:
-El cuerpo, definitivamente, ha sido mi cuerpo.
            El discípulo perplejo no podía creer lo que escuchaba y agregó:
-¿Cómo es posible semejante respuesta de alguien que  ha construido cada uno de sus días  desde la espiritualidad?
El maestro le respondió con su último aliento:
-Uno podrá,  a lo largo de la vida cambiar de ciudad, de amigos, incluso de fe, pero jamás el cuerpo que hemos de habitar hasta el último aliento. He tenido que llegar al final de mi vida para comprender que  precisamente es el cuerpo nuestro templo más sagrado           

 Es ancestral la memoria del cuerpo y es sabio transmitir, de generación en generación,  su conciencia y cuidado.

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