lunes, 28 de abril de 2014

La música

       Todo es música: desde el latir del corazón y la primera bocanada de aire, hasta la última exhalación, el soplo del viento, el péndulo de un reloj, el vaivén de las olas, las ramas; al oscilar, la rueda que rueda sin engrasar. No existe nada en este mundo que no sea musical. Dicen que cada idioma tiene su música y es justamente esto lo que la hace universal.
Para varios filósofos como el alemán Kant, la música, comparada con las artes figurativas, responde a una categoría inferior, por un lado porque carece como alimento intelectual movilizando pura y exclusivamente desde las sensaciones, y por el otro por la invasión que los instrumentos provocan al hacerse escuchar aun sin ser deseados, a diferencia de una pintura, por ejemplo, que si no la queremos ver no la miramos y punto (aunque pensando mejor hoy el ruido visual es también ineludible).
Contrariamente nada se compara a la música por el penetrante valor cultural que logra en todo individuo, ya que a diferencia de otras artes, poco interesa conocerla en profundidad para que aun así, esta impregne a los humanos de modo vital.
Claro es que somos la especie del exceso y por algo será que el notable escritor italiano Umberto Eco en uno de sus artículos dominicales acuerda con la idea kantiana al decir que hoy, más que nunca, la música nos invade de igual modo de la misma manera que los envases descartables.
     Una cosa es lo que uno desea escuchar y otra lo que le hacen escuchar. En todo tiempo y lugar miles de celulares y sus variadísimos ringtones desde un cursi “Para Elisa”, hasta melodías en espera de los teléfonos no sólo de mal gusto, sino nada más lejano a lo que queríamos escuchar cuando discamos el número, los odiosos singles televisivos y radiales, el desbordado volumen de los ruidos musicales que saturan hoy todos los eventos no logran más que malversar y atentar contra una de las artes más sublimes y aliadas en toda vida.
Aún a pesar de la contaminación y polución sonora, con todo respeto por tamaña irreverencia al notable Umberto Eco y al prodigioso Kant, nada existe más humano que una nota musical.
Conversando con quien suele asestar la frase justa para la ocasión, dijo al respecto:
- No recuerdo quién es el dueño del dictado pero dice así: Dios quiere a los hombres…pero ama a los músicos.



    Para terminar la idea, hoy todo está muy enquilombado y la música no tiene nada que ver con eso, ella es sublime: “El problema no es la música, si no lo que los hombres hacemos con ella”.

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