martes, 29 de abril de 2014

Haciendo el amor al pasado
Dicen que los verdaderos artistas crean siempre desde el alma, puntualmente con aquello que fue  alma-cenado en  los primeros años de vida, es ese bagaje de recuerdos imborrables enquistados en la memoria desde donde el creador rescata el material  para nutrir el camino, “los años del arranque  son decisivos no sólo para la carrera de un artista ,sino en el desenlace de toda vida humana”, no es que todo remita exclusivamente a esa edad, pero es  innegable que es en esta etapa donde lo sentido, lo visto, lo palpado, lo oído, lo vivido en general se nos pega al corazón como una ventosa que no suelta nunca más
 Todo este prefacio apenas  para presentar al flaco Nostalggiosi.
 El flaco, un cincuentón alombrizado, ojeroso, canoso y narigón  como pocos, tenía por sobre cualquier otra característica la de ser un nostalgioso empedernido- tal vez un irremediable destino que ya lo sentenciaba en su apellido-  En las reuniones de café con la barra de amigos no le dejábamos tomar la palabra, pues siempre, con esa melancolía que le era tan propia, la mirada fija y perdida a través del vidrio del bar, traía  recuerdos nostálgicos rematando siempre y sistemáticamente en la Susi, una rubia angelical de la secundaria de la que el flaco vivió enamorado hasta hoy y de lo que ella ni se enteró, para ella Ernesto era un fantasma.
 Cuando el Flaco tomaba la palabra era fácil descubrir cuando se venía el quiebre, el  punto en que la  mueca de un irremediable puchero anticipaba el llanto de Nostalggiosi y del que ya se hacia imposible remontar. Era el momento en que sistemáticamente los seis nos levantábamos de la mesa del café jurándonos para adentro no volver nunca más, aunque al otro día todos volviésemos exactamente a la misma hora. Nostalggiosi ya estaba sentado en la exacta posición de siempre (se juraría  que hubiese quedado así desde el día anterior si no fuese por la certeza  que el dueño del café Jockey Club lo echaba antes de cerrar)  con los labios apretados miraba a cada uno prometiendo en el gesto no volver a estropearnos una nueva jornada.
 Un día el Flaco llegó tan desesperado por hablar, que en lugar de censurarlo al unísono, como siempre ocurría, no quedó otra que dejarlo. Esta vez la cara del flaco era otra; las ojeras se le habían esfumado, las arrugas de la frente se habían borrado, y sobre todo, la comisura  de sus  labios, siempre amargamente hacia abajo, apuntaba para arriba como nunca. Era la típica cara del enamorado., nunca antes se lo vio así y ya nadie se atrevió a  interrumpir.
El Flaco contó que había recibido un llamado telefónico, hizo una larga pausa y en un paneo nos relojeó a los seis con el cogote para arriba como preguntando. Nos miramos con cara de ¿y a este qué le pasa? Hay que aclarar que actualmente el Flaco recibe llamadas de todas partes, se había convertido en un escritor famosísimo, los recuerdos tristes del pasado teclados en la Olivetti lo convirtieron en  una especie de Coello, no precisamente de la autoayuda, su  especialidad; revolver en el pasado,  “Aquellas lagrimas de ayer que lloro hoy” y “Lo que no tuvo que ser no fue” sus dos últimos libros lo terminaron consolidando como un reconocido best seller, figura mediática para su disgusto, no había feria del libro que no lo tuviese acalambrado de tanto firmar autógrafos y dedicar ejemplares
-Flaco (replicó el Titi) ¿De qué  llamada de teléfono hablás,  si a vos te llaman todo el santo día?  Desde que te mandaste la pelotudez de poner el  número de teléfono de tu casa y de tu oficina en la página final de los ejemplares, lo tuyo es un rinnn permanente
-Muchachos no… una llamada diferente..Me llamo la Susi muchachos, la  S- u- s- y-.
Gritaba como un desaforado, inédita alegría que a pesar del éxito y la fama debutaba  en Nostalggiosi.  El Flaco se calmó como pudo y empezó a contar la historia con un susurro infantil que nos obligó a los siete a cerrarnos en la mesa de café como en  esas formaciones impenetrables del rugby que de tan abrazados que se está no cabe un alfiler, una amalgama donde los siete éramos uno.
---Pensé que serían los últimos latidos de mi corazón chicos, la Susy me dijo que me quería ver, que me quería ver ya,  que se había dado cuenta que yo era el amor de su vida, que no entendía como durante tanto años  pudo ignorarlo.
Por más best seller y prensa que tuviese el Flaco era un iluso, tenía menos calle que cualquiera de su edad, no solamente era soltero sino que la fidelidad a ese amor de la juventud si no lo conservaba célibe hasta aquí, pegaba en el palo -nunca le conocimos un fato y de eso no se hablaba- . Nos miramos todos en silencio con esa automática complicidad que solo décadas de amistad pueblerina consolidan y que permite sin hablar compartir la misma idea: con una sonrisa irónica  multiplicada por seis dimos por sentado que el llamado se debía exclusivamente al interés que en  un minón como la  Susi podía despertar la abultada cuenta bancaria del hasta entonces ignorado.
Ninguno amagó a cortar, era la primerísima vez que el flaco contaba el presente, si a ustedes lectores esto les provoca alguna curiosidad imagínense a nosotros:
-No me lo van a creer, a la media hora me estaba encontrando con la Susi  en la esquina sur de López y Planes con Cabildo Argentino, en  el mismísimo colegio Merceditas , fue allí  donde nos vimos (mejor dicho donde yo la vi)  por ultima vez hace treintitres años. 
            Catatónicos ya, ni pestañábamos,  Nostalggiosi lejos de deprimir por primera vez  exultaba alegría en un relato que lejos de  su habitual ceremonial era una catarata
-A  los cinco minutos estábamos con Susana entrelazados en el asiento trasero de un taxi y ni sus gemidos ni los míos  lograron avergonzarme; nos besábamos y acariciábamos como si el  taxista que nos transportaba a toda maquina a la panamericana no existiese.
  Para  esa altura del relato (salvo el Flaco que a los escupitajos se confesaba sin censura) ya ninguno respiraba
-De repente  ya nos encontrábamos completamente desnudos frente a un espejo gigante circular de  la suite especial del motel Ardentur y como el último de los jinetes vírgenes a mis 53 años cabalgaba desenfrenadamente sobre aquella por la  que tanto esperé.
  El Toti fue el primero en interrumpir, lo queríamos matar por haber quebrado el silencio sepulcral con el que choqueados atendíamos al nuevo Ernesto, pero lo dejamos porque la historia ya se encontraba en el punto en que la voz  del ansioso Toti canalizaba la de todos, era la pregunta del millón:
-¿La Susi, sigue estando fuertísima?
El Flaco se clavó un silencio cinematográfico, se secó la baba  blanca esa pegajosa de tanto hablar que le rodeaba las comisuras con el antebrazo ,dejando la camisa celeste chanchamente mojada en la manga  y miró a uno por uno antes de soltar prenda.  
- Noooooo,  qué va muchachos, la Susi está arrugada y gorda como un elefante, pero tranquilos,  yo no habré  juntado experiencia pero  no soy ningún gil,  yo no le estaba haciendo el amor a esa que me tenía allí atenazado con sus mastodónticas macetas, ese tujes de cincuenta pulgadas y esos pecho de seis  kilos cada uno en los que me asfixiaba  extasiado.
  Para ese momento el  rostro de Ernesto ya dejaba de pertenecer al de un terrenal reflejando la paz angelical de un santo, al tiempo en que  remataba:

-No le estaba haciendo el amor a la Susi esa que estaba conmigo allí,  se lo hacia a aquella hermosura de la que me enamora hace mas de cuarenta años, estaba allí con ella  por primera vez en  mi vida, pero en el presente jamás, tranquilo muchachos,  ustedes me conocen soy Nostalggiosi, el “Argentino Nostalggiosi”,  yo estaba allí como siempre “Haciéndole el amor al pasado”.

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