Foto
Entre quienes registran fotográficamente
absolutamente todo y entre quienes no lo hacen nunca existe un saludable punto
intermedio, el de quienes apelan al
registro en las ocasiones en que las circunstancias y el momento, así lo
justifican
Ser
extremista y radical nunca es bueno pero muchas veces lo soy, siempre pensé que el sólo hecho de cargar con
la cámara fotográfica era un atentado contra la libertad, tenía que ver con
esto de andar lo más ligero de equipaje:
los momentos o se viven o se documentan, afirmaba dogmático.
La escritora chilena Isabel Allende, en su
exitosa novela De amor y sombra, pone
en boca de uno de los personajes, el siguiente texto:
- Ella nunca deseaba ser fotografiada, la foto
es una trampa del tiempo, el tiempo aquí queda suspendido en un pedazo de
cartón y quienes posan allí quedan con el alma patas para arriba.
En
mi caso la preocupación nunca tuvo que ver con caer preso del tiempo al posar
en una foto y hacerle una jugarreta el alma, no para nada, mi prejuicio era
otro, a mí lo que me preocupaba era la
cuestión de portar la cámara y la
autoimposición de registrar en lugar de vivenciar. Es más, cuando alguien
sacaba la instantánea a la hora de posar
para el recuerdo, yo era el primero en ubicarme para la foto.
Por
aquellos tiempos – lejos de Internet, notebook, i pod, celulares, chat y mails-
nunca falto quien me hiciera llegar por correo (digo cartas de papel por buzón)
un par de fotos que me daban el enorme
placer no sólo de ver, sino de mostrar y compartir
Ya
estoy veterano y a diferencia de muchos de mis contemporáneos valoro a los más
jóvenes con todas sus conquistas, no soy de los que sostienen que todo tiempo
pasado fue mejor y pasan reuniones enteras imponiendo tediosamente la idea que
nada del hoy se compara a las maravillosas glorias del pasado.
Sin
embargo, el otro día cuando asistí con una hija
al show de la cantante mexicana Julieta Venegas, observé para mi
disgusto, que había mas cámaras digitales y celulares que personas, los brazos en alto y con dos
cámaras por espectador, en algunos casos impedían al de atrás ver al artista; cientos de flashes destellando por
segundo en una especie de show aparte. Además
desvirtuaban el sentido esencial, la conexión entre intérprete y
público. Triste…. para muchos jóvenes era evidente que importaba más el registro, que el encuentro.
Siendo la especie del exceso, asistimos una
época donde el juego virtual se impone al real, la artificialidad seduce y es
más importante lo que se registra, que el hecho en sí.
Me viene a la memoria Ipanema y aquellas memorables puestas de sol en las que cada uno y absolutamente despojados,
contemplábamos el instante en que el último destello de sus rayos desaparecía
.El éxtasis de aquel silencio sepulcral remataba en un aplauso colectivo, en el
instante en que el ultimo puntito amarillo se apagaba. Por estos días volví
allí y lejos de almas despojadas como único testigo, miles de bañistas con el
ojo metido en la mirilla de sus cámaras
digitales clikeaban la puesta.
Un
par de fotografías para inmortalizar el recuerdo bueno. Pero
pobres, por estos días de quienes nada consiguen disfrutar, sin algún aditamento
tecnológico a cuestas, como si
remembrar o mostrar lo que fue, sea más
importante que vivir lo que está siendo.
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