jueves, 29 de abril de 2010

Foto

 Entre quienes registran fotográficamente absolutamente todo y entre quienes no lo hacen nunca existe un saludable punto intermedio, el  de quienes apelan al registro en las ocasiones en que las circunstancias y el momento, así lo justifican
Ser extremista y radical nunca es bueno pero muchas veces lo soy,  siempre pensé que el sólo hecho de cargar con la cámara fotográfica era un atentado contra la libertad, tenía que ver con esto de andar  lo más ligero de equipaje: los momentos o se viven o se documentan, afirmaba dogmático.
La  escritora chilena Isabel Allende, en su exitosa novela De amor y sombra, pone en boca de uno de los personajes, el siguiente texto:
- Ella nunca deseaba ser fotografiada, la foto es una trampa del tiempo, el tiempo aquí queda suspendido en un pedazo de cartón y quienes posan allí quedan con el alma patas para arriba.
            En mi caso la preocupación nunca tuvo que ver con caer preso del tiempo al posar en una foto y hacerle una jugarreta el alma, no para nada, mi prejuicio era otro,  a mí lo que me preocupaba era la cuestión de portar la cámara y  la autoimposición de registrar en lugar de vivenciar. Es más, cuando alguien sacaba la instantánea  a la hora de posar para el recuerdo, yo era el primero en ubicarme para la foto.
Por aquellos tiempos – lejos de Internet, notebook, i pod, celulares, chat y mails- nunca falto quien me hiciera llegar por correo (digo cartas de papel por buzón) un par de fotos que me daban  el enorme placer no sólo de ver, sino de mostrar y compartir
Ya estoy veterano y a diferencia de muchos de mis contemporáneos valoro a los más jóvenes con todas sus conquistas, no soy de los que sostienen que todo tiempo pasado fue mejor y pasan reuniones enteras imponiendo tediosamente la idea que nada del hoy se compara a las maravillosas glorias del pasado.
Sin embargo, el otro día cuando asistí con una hija  al show de la cantante mexicana Julieta Venegas, observé para mi disgusto, que había mas cámaras digitales y celulares  que personas, los brazos en alto y con dos cámaras por espectador, en algunos casos impedían al de atrás ver al  artista; cientos de flashes destellando por segundo en una especie de show aparte. Además  desvirtuaban el sentido esencial, la conexión entre intérprete y público. Triste…. para muchos jóvenes era evidente  que importaba más  el registro, que el encuentro.
 Siendo la especie del exceso, asistimos una época donde el juego virtual se impone al real, la artificialidad seduce y es más importante lo que se registra, que el hecho en sí.
 Me viene a la memoria Ipanema  y aquellas memorables puestas de sol en  las que cada uno y absolutamente despojados, contemplábamos el instante en que el último destello de sus rayos desaparecía .El éxtasis de aquel silencio sepulcral remataba en un aplauso colectivo, en el instante en que el ultimo puntito amarillo se apagaba. Por estos días volví allí y lejos de almas despojadas como único testigo, miles de bañistas con el ojo metido en la mirilla de sus cámaras  digitales clikeaban la puesta.

Un par de  fotografías  para inmortalizar el recuerdo bueno. Pero pobres, por estos días de quienes nada consiguen disfrutar, sin algún aditamento tecnológico a cuestas,  como si remembrar  o mostrar lo que fue, sea más importante que vivir lo que  está siendo.

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