El
don del camaleón
Ser sincero no es un defecto, pero decir sin
vueltas lo que uno piensa suele no dar
buenos resultados, sobre todo hay que tener cuidado ante ciertos temas, por
ejemplo si un hombre hace una apreciación respecto de una mujer, cualquiera que
sea, enseguida y automáticamente es
rotulado de recalcitrante machista. Yo creo que no lo soy y aunque las mujeres
que lean la nota así lo consideren, igual daré mi opinión sobre algo referido a
ellas y aunque generalizar nunca es bueno, arriesgo igual:
Me sorprende la capacidad con que muchas de ustedes logran mimetizarse con absoluta solvencia al
caballero que os acompaña, esa femenina habilidad de fundirse a la forma y
personalidad del compañero de turno.
Digo si el muchacho es hippy allí van ellas
hippies, si es formal allí van formales, estructurado, bohemio, religioso,
ateo, yuppie o esotérico ellas sabrán moldearse con suma plasticidad y adherir
a las formas del muchacho (perdón, ando despechado)
¿Amor incondicional?
La
cosa no es como aparece, con el correr del tiempo, como es lógico volverán a
ubicarse en el eje de su propia esencia, probablemente un día nos dejarán
y correrán a fundirse
camaleonicamente tras algún nuevo
amor.
Sin embargo nosotros,
el sexo fuerte, los machos de la
película somos enteramente previsibles,
a todos nos encantan las mujeres lindas, cariñosas, inteligentes y fogosas,
correríamos tras ellas, pero finalmente -como escribió un día el maestro Fontanarrosa:”
Terminaremos quedándonos apenas
con aquella que nos da bola, eso
sí, hasta que ella así lo quiera”.
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