El
colibrí, la reencarnación
A quien niegue que a largo de su vida no le
hicieron al menos una vez la siguiente pregunta, probablemente esté faltando a
la verdad: ¿Creés en la reencarnación?
Cada vez que se nos presenta un interrogante, sea de la índole que sea, estaría muy bien tener la suficiente claridad como para dar una respuesta concreta y definida al respecto, pero somos humanos y esto casi nunca funciona así, en especial, con todo lo que de algún modo refiere al extraordinario terreno de los enigmas y misterios de la vida.
Volviendo al interrogante de si existe la reencarnación, solía decir: probablemente sí…… probablemente no, hasta que como suele sucedernos a todos a lo largo del camino algo ocurrió, como para que por fin lograse definir posición sobre este asunto:
Cuando mi papá se hallaba en delicado estado de salud poco antes de morir, en la atención médica que recibía en ese frágil momento se destacaba la del psiquiatra del equipo, el doctor Triumphi, quien se encargaba de la contención psicológica de los pacientes graves.
Entre los variados temas que discurrían en esas francas conversaciones a modo de psicoterapia de alto vuelo – mi viejo era un hombre expandido en la faz espiritual- ahondaron sobre la muerte, justamente, por la grandeza con que se dignifica la vida al conseguir abordarla. Ya avanzado el planteo, el psiquiatra le preguntó a ese gran hombre que fue el viejo lo siguiente:
- Llegada la muerte Isaías ¿en qué especie animal le gustaría reencarnar?
-(Sin pausa el viejo le respondió): Un colibrí. El asunto trascendió.
La verdad es que si hay un animal que manifieste exultante la vida con su sola presencia es el picaflor. La aparición súbita de estos coloridos libadores de flores es extraordinariamente vital; la frecuencia de su aleteo y la velocidad con que pasan de un lugar al otro nos rememora en esos breves lapsos, la conciencia, de que lo realmente maravilloso dura apenas instantes.
Tuvimos con mis hermanos la dicha de vivir una infancia alejada del ruido artificial y en contacto con la reveladora naturaleza, allí, especialmente atraídos por la magnolia gigante del viejo caserón, la llegada de los colibríes era frecuente, o sea que no casualmente desde muy chicos supimos apreciarlos, pero desde que murió papá el colibrí recobró para todos nosotros otro significado. A esta altura mis hermanos y yo ya hemos armado familia y nos hemos expandido en unos cuantos brotes y del abuelo colibrí todo el nieterío está interiorizado: ¡Allí va el abuelo Shaie! grita siempre- entusiasmándonos a todos-(alguno de los muchos nietos que no lo conocieron en persona pero que por instantes lo ven justamente reencarnado en “ese” picaflor).
Y sí, hoy al que me pregunte sobre mis creencias
acerca de la reencarnación, la respuesta
ya no es ambigua : Sí ,por supuesto que creo en la reencarnación, mas allá de
la muerte la vida continua reencarnándose de generación en generación, por más
que muchos así no lo crean.Cada vez que se nos presenta un interrogante, sea de la índole que sea, estaría muy bien tener la suficiente claridad como para dar una respuesta concreta y definida al respecto, pero somos humanos y esto casi nunca funciona así, en especial, con todo lo que de algún modo refiere al extraordinario terreno de los enigmas y misterios de la vida.
Volviendo al interrogante de si existe la reencarnación, solía decir: probablemente sí…… probablemente no, hasta que como suele sucedernos a todos a lo largo del camino algo ocurrió, como para que por fin lograse definir posición sobre este asunto:
Cuando mi papá se hallaba en delicado estado de salud poco antes de morir, en la atención médica que recibía en ese frágil momento se destacaba la del psiquiatra del equipo, el doctor Triumphi, quien se encargaba de la contención psicológica de los pacientes graves.
Entre los variados temas que discurrían en esas francas conversaciones a modo de psicoterapia de alto vuelo – mi viejo era un hombre expandido en la faz espiritual- ahondaron sobre la muerte, justamente, por la grandeza con que se dignifica la vida al conseguir abordarla. Ya avanzado el planteo, el psiquiatra le preguntó a ese gran hombre que fue el viejo lo siguiente:
- Llegada la muerte Isaías ¿en qué especie animal le gustaría reencarnar?
-(Sin pausa el viejo le respondió): Un colibrí. El asunto trascendió.
La verdad es que si hay un animal que manifieste exultante la vida con su sola presencia es el picaflor. La aparición súbita de estos coloridos libadores de flores es extraordinariamente vital; la frecuencia de su aleteo y la velocidad con que pasan de un lugar al otro nos rememora en esos breves lapsos, la conciencia, de que lo realmente maravilloso dura apenas instantes.
Tuvimos con mis hermanos la dicha de vivir una infancia alejada del ruido artificial y en contacto con la reveladora naturaleza, allí, especialmente atraídos por la magnolia gigante del viejo caserón, la llegada de los colibríes era frecuente, o sea que no casualmente desde muy chicos supimos apreciarlos, pero desde que murió papá el colibrí recobró para todos nosotros otro significado. A esta altura mis hermanos y yo ya hemos armado familia y nos hemos expandido en unos cuantos brotes y del abuelo colibrí todo el nieterío está interiorizado: ¡Allí va el abuelo Shaie! grita siempre- entusiasmándonos a todos-(alguno de los muchos nietos que no lo conocieron en persona pero que por instantes lo ven justamente reencarnado en “ese” picaflor).
Afortunadamente a la vida no hay con qué darle, no hay cómo pararla. Por supuesto que creo en la reencarnación, no hay modo de no creer en ella.
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