martes, 29 de abril de 2008

El alivio de reir

 Lo cómico, se podría decir, que no es ni arte ni vida en su más pura forma, pues rompe constantemente las reglas tanto de una como de otra, lo cómico entonces se parece más a ese mágico y enigmático estado de los sueños en que transgredir todo tipo de reglas, nos es permitido. Esta analogía entre los sueños y el humor como herramientas de plena libertad avala  ambas; como la forma más noble  para aliviar la estrictez de la vida. Así, vernos como simple marionetas con hilos que no nos pertenecen nos brinda  la oportunidad de transformar lo dramático en cómico, no sólo con el efecto liberador y vivificante que nos provee la risa, sino la posibilidad de tomar las cosas como un juego, con todo lo que el  ludus nos significa.
   Claro, no propongo la idea de andar por esta vida riendo como boludos de todo lo que nos sucede, digo que si solamente vamos a encarnar como una tragedia la gotera del techo o la dolencia que nos aflige, perderemos la posibilidad de seguir disfrutando aquello por lo que valiera la pena seguir viviendo
-Quizás sea la reiteración mecánica (la repetición) uno de los efectos que más provoque la risa en el hombre, basta para ello pensar que cuando se imita alguien el solo hecho de  aumentar la  frecuencia de ciertos tics provoca lo risible.
-También ciertas desarmonías en la forma nos hacen reír, aunque suene discriminador, una caricatura que exacerba rasgos distintivos nos causa gracia.
-Incluso un accidente de alguien, siempre que no pase a mayores,  como una simple caída también provoca carcajadas, un poco, mostrando la dosis de malicia y sarcasmo que también habita en los seres humanos, considerados como la única especie animal que ríe
  ¿No sería acaso mucho mejor ante la reiteración de una madre obsesiva (como el estribillo de una canción que se repite y esperamos), un jefe plomo, o los cargos de una novia celosa, reírnos en lugar que el drama se apodere de la situación y la haga insostenible?
  ¿No sería mejor reírse de una desarmonía física propia como una gran nariz (en mi caso) o una trastocada cintura (en el de otros), en vez de angustiarse constantemente ante la posibilidad de querer cambiar  ciertas características personales, que incluso nos definen, o no es que acaso ciertos rasgos poco armónicos en personas de buena disposición y sentido del humor consiguen singularidad e incluso belleza?
  ¿Y si ante un resbalón que no pase a mayores en vez de deprimirnos, como si una tragedia pública hubiera ocurrido, nos reímos y así  permitimos a los demás, hacerlo junto a nosotros sin disimulo?
   El atajo del “sentido del humor” nos da  otra perspectiva, la de encarar desaciertos familiares, laborales, amorosos y sociales con  risa franca como una de las formas más sanas y naturales para oponerse a la fatiga que a todos nos provoca por momentos el drama de vivir.

El eficaz antídoto de lo cómico contra el ego y la vanidad permite, no sólo, apesadumbrarnos por todo aquello que no sucede como deseamos, sino que la forma más sabia de reaccionar ante ellas; de las propias desventuras, sabernos reír.

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