lunes, 28 de abril de 2014

Eficiencia profesional y ética humana

Hace 20 años y luego de una afección cardiaca de larga data mi padre de 58 años de edad ingresaba en lista de espera para un  transplante  cardíaco. Por aquellos días la idea de que a alguien le sacaran del pecho el propio corazón (por más deteriorado que este estuviese) para alojar allí mismo el de un donante, no era un asunto fácil de asimilar.
Ante la advertencia del cardiocirujano Claudio Burgos (jefe de cardiocirugìa del hospital italiano de Mendoza) en la alternativa del transplante cardíaco como única posibilidad se nos plantearon varias inquietudes. Primero que nada la aprobación de mi padre, quien totalmente lucido y con sus facultades mentales intactas debía aprobar tamaña decisión. Él como hombre de fe se interesó en la opinión del por entonces líder religioso de nuestra comunidad quien fue categórico al respecto;- Nuestra religión se inclina claramente en favor de la ciencia cuando mediante sus adelantos nos otorga la posibilidad de apostar por la vida.
Lo segundo me correspondía a mí - como hijo mayor y vinculado a las ciencias médicas-  me pareció prudente pedir una ínter consulta con el cardiólogo clínico de mayor prestigio en el país por aquellos días, ellos mismos me lo recomendaron, era el número uno de la Argentina por ese entonces, el ya fallecido doctor Bertolassi, una eminencia de trascendencia internacional. Luego de examinar a mi padre mientras él se cambiaba me miró fijo a los ojos y en privado sin que el escuchara me dijo sin vacilaciones:”El estado de tu padre  es muy delicado, el trasplante cardíaco está contraindicado, no sale del quirófano con vida”. Al punto de que no solo lo manifestó verbalmente sino que además lo puso por escrito, como para no dejar lugar a dudas solicitándome que por favor quería que el cirujano se pusiera de inmediato en contacto con él.
            Apenas llegamos de Buenos Aires, muy contrariado por  el diagnóstico del  profesional consultado, me dirigí al cirujano para contarle lo sucedido y respuesta fue sin vacilaciones;
-“Él no es cirujano, el de cirugía no sabe”.
-Fue la ínter consulta que ustedes sugirieron, Bertolassi dijo que lo único que podía salvar a mi padre era un trasplante cardiopulmonar que con uno cardíaco no saldría del quirófano con vida por su excesiva  presión pulmonar-
 
            De todos modos mi padre confíó por entero en el  afectuoso trato del cirujano y el día del trasplante sucedió lo que la soberbia profesional no admitió, mi padre terminó sus días  en el quirófano ante la instancia de una muerte inmerecida: MALA PRAXIS
Su vocero, fracasada la cirugía, era por entonces uno de los médicos de su equipo, un ex pollero con más perfil para eso que para decir como me dijo a mí que la cosa no anduvo. El cirujano, que recién dio la cara al mes del fallido episodio - porque yo lo fui a ver a él y no él a  mí como correspondía-  se justificó inconsistentemente en que mi papá estaba muy grave y había que darle una oportunidad.
            El tiempo cura algunas heridas pero otras se reabren y no cierran jamás, hoy después de veinte años el doctor, erigiéndose en semidios, vuelve a desafiar los límites que todo humano digno debe respetar. Cuando en  la fundación Favaloro – el centro integral de cardiología de mayor prestigio del país- se niegan a trasplante cardio pulmonar del famosísimo cantante Roberto Sánchez - más conocido como Sandro- aduciendo que su estado general de deterioro crónico no alberga la posibilidad científica de superar con éxito un trasplante de tamaña magnitud, vuelve a sobredimensionar su ego (envuelto en esa falsa modestia que maneja a la perfección), el si acepta el desafió alegando cínicamente que Sandro merece  la oportunidad de seguir viviendo
Nuevamente –al igual que por aquellos días y por eso el dolor me vuelve a la memoria- Sandro y su familia (igual que mi padre)  se entregan confiado y no es para menos;  es que cuando alguien ofrece la esperanza de vida como una posibilidad, difícil se hace  rechazarla.
 Las personas no cambian en su esencia, algo así como lo que decía mi abuelita de modo dogmático, pero no por ello menos cierto: “Con el tiempo las personas continúan siendo más de lo mismo”; A pesar de tanta pantalla Sandro no  murió dignamente, luego de cinco cirugías en cuarenta días,  rodeado de aparatología y un enorme equipo de cuarenta médicos bajo la batuta del desafiante cirujano que  nuevamente intentaba birlar los límites
La modernidad trajo aparejado cosas extraordinarias en el campo de la ciencia pero  simultáneamente condujo  al desprecio de valores esenciales, la súper especialización profesional fue en muchos casos acompañada de la soberbia,  impera la falta de una postura integral y humanista.
            En  una de sus obras García Márquez   sintetiza la cuestión  más o menos así: “Pobre hombre ni siquiera lo dejaron terminar sus días en su casa,  le quitaron la dignidad de morir en su propia cama”.  

 Es cierto e innegable este doctor ha salvado muchas personas en su haber, es un cardiocirujano hábil, pero cuidado, esto no lo justifica desde ningún punto de vista,  no sé si ahora lo hace, me consta que no supo respetar los límites. Una cosa es la eficiencia profesional y otra muy distinta es la ética convivencial, desafortunadamente no siempre van de la mano. De todas formas, contrariando a mi querida abuelita en aquello de más de lo mismo,  tal vez nunca sea tarde para aprender y cambiar…   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario