Eficiencia
profesional y ética humana
Hace
20 años y luego de una afección cardiaca de larga data mi padre de 58 años de
edad ingresaba en lista de espera para un
transplante cardíaco. Por
aquellos días la idea de que a alguien le sacaran del pecho el propio corazón
(por más deteriorado que este estuviese) para alojar allí mismo el de un
donante, no era un asunto fácil de asimilar.
Ante
la advertencia del cardiocirujano Claudio Burgos (jefe de cardiocirugìa del
hospital italiano de Mendoza) en la alternativa del transplante cardíaco como
única posibilidad se nos plantearon varias inquietudes. Primero que nada la
aprobación de mi padre, quien totalmente lucido y con sus facultades mentales
intactas debía aprobar tamaña decisión. Él como hombre de fe se interesó en la
opinión del por entonces líder religioso de nuestra comunidad quien fue
categórico al respecto;- Nuestra religión
se inclina claramente en favor de la ciencia cuando mediante sus adelantos nos
otorga la posibilidad de apostar por la vida.
Lo
segundo me correspondía a mí - como hijo mayor y vinculado a las ciencias
médicas- me pareció prudente pedir una
ínter consulta con el cardiólogo clínico de mayor prestigio en el país por
aquellos días, ellos mismos me lo recomendaron, era el número uno de la
Argentina por ese entonces, el ya fallecido doctor Bertolassi, una eminencia de
trascendencia internacional. Luego de examinar a mi padre mientras él se
cambiaba me miró fijo a los ojos y en privado sin que el escuchara me dijo sin
vacilaciones:”El estado de tu padre es muy delicado, el trasplante cardíaco está
contraindicado, no sale del quirófano con vida”. Al punto de que no solo lo
manifestó verbalmente sino que además lo puso por escrito, como para no dejar
lugar a dudas solicitándome que por favor quería que el cirujano se pusiera de
inmediato en contacto con él.
Apenas
llegamos de Buenos Aires, muy contrariado por
el diagnóstico del profesional
consultado, me dirigí al cirujano para contarle lo sucedido y respuesta fue sin
vacilaciones;
-“Él no es cirujano, el de
cirugía no sabe”.
-Fue la ínter consulta que
ustedes sugirieron, Bertolassi dijo que lo único que podía salvar a mi padre
era un trasplante cardiopulmonar que con uno cardíaco no saldría del quirófano
con vida por su excesiva presión
pulmonar-
De
todos modos mi padre confíó por entero en el
afectuoso trato del cirujano y el día del trasplante sucedió lo que la
soberbia profesional no admitió, mi padre terminó sus días en el quirófano ante la instancia de una
muerte inmerecida: MALA PRAXIS
Su
vocero, fracasada la cirugía, era por entonces uno de los médicos de su equipo,
un ex pollero con más perfil para eso que para decir como me dijo a mí que la
cosa no anduvo. El cirujano, que recién dio la cara al mes del fallido episodio
- porque yo lo fui a ver a él y no él a
mí como correspondía- se
justificó inconsistentemente en que mi papá estaba muy grave y había que darle
una oportunidad.
El
tiempo cura algunas heridas pero otras se reabren y no cierran jamás, hoy
después de veinte años el doctor, erigiéndose en semidios, vuelve a desafiar
los límites que todo humano digno debe respetar. Cuando en la fundación Favaloro – el centro integral de
cardiología de mayor prestigio del país- se niegan a trasplante cardio pulmonar
del famosísimo cantante Roberto Sánchez - más conocido como Sandro- aduciendo
que su estado general de deterioro crónico no alberga la posibilidad científica
de superar con éxito un trasplante de tamaña magnitud, vuelve a
sobredimensionar su ego (envuelto en esa falsa modestia que maneja a la
perfección), el si acepta el desafió alegando cínicamente que Sandro
merece la oportunidad de seguir viviendo
Nuevamente
–al igual que por aquellos días y por eso el dolor me vuelve a la memoria-
Sandro y su familia (igual que mi padre)
se entregan confiado y no es para menos;
es que cuando alguien ofrece la esperanza de vida como una posibilidad,
difícil se hace rechazarla.
Las personas no cambian en su esencia, algo
así como lo que decía mi abuelita de modo dogmático, pero no por ello menos
cierto: “Con el tiempo las personas continúan siendo más de lo mismo”; A pesar
de tanta pantalla Sandro no murió
dignamente, luego de cinco cirugías en cuarenta días, rodeado de aparatología y un enorme equipo de
cuarenta médicos bajo la batuta del desafiante cirujano que nuevamente intentaba birlar los límites
La
modernidad trajo aparejado cosas extraordinarias en el campo de la ciencia
pero simultáneamente condujo al desprecio de valores esenciales, la súper
especialización profesional fue en muchos casos acompañada de la soberbia, impera la falta de una postura integral y
humanista.
En una de sus obras García Márquez sintetiza la cuestión más o menos así: “Pobre hombre ni siquiera lo dejaron terminar sus días en su casa, le quitaron la dignidad de morir en su propia
cama”.
Es cierto e innegable este doctor ha salvado
muchas personas en su haber, es un cardiocirujano hábil, pero cuidado, esto no
lo justifica desde ningún punto de vista,
no sé si ahora lo hace, me consta que no supo respetar los límites. Una
cosa es la eficiencia profesional y otra muy distinta es la ética convivencial,
desafortunadamente no siempre van de la mano. De todas formas, contrariando a
mi querida abuelita en aquello de más de lo mismo, tal vez nunca sea tarde para aprender y
cambiar…
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