martes, 29 de abril de 2014

Cruce de roles

  No sabemos muy bien qué es el tiempo, pero interesante es aliarnos a él  partiendo de la premisa que tiempo y espacio constituyen las dos variables que más nos condicionan.
  El aumento de la expectativa de vida promedio que trajo aparejado la modernidad  (paradójico a la muerte prematura de millones de niños y jóvenes que también nos trajo la modernidad con sus macabras reglas de ajuste y  exclusión) subyace junto a los desafíos que la sociedad en general  debe enfrentar para resolver la problemática de una especie (la nuestra) que en promedio vive unos 25 años más de lo que lo hacían nuestros antecesores  en la edad media ,desafió complejo que al proponer soluciones  genera a la par nuevos dilemas a resolver
  Uno de estos graves conflictos está vinculado a un interesante porcentaje de adultos que no solo se niegan a envejecer – en una sociedad de valores encontrados que esconde y camufla la vejez – sino que además en franca regresión cronológica “usurpa” la adolescencia a quienes legítimamente les corresponde por derecho propio; los adolescentes.
  Jóvenes, no solo con el acné del rostro sino también el del alma, que en pleno estallido vital  en  búsqueda de su camino  se encuentran con adultos, que corridos de lugar, no podemos ofrecer el marco referencial a quienes llenos de incertidumbre así nos lo demandan.
  El adolescente “adolece” justamente de lo que un mayor bien plantado podría brindarle como contención; la experiencia adulta que ellos aún no poseen y la vida ya les reclama
 Pero claro ¿cómo alguien que no acepta los propios límites  puede funcionar como límite para aquellos que tanto lo necesitan?
  El efecto de la usurpación que  padecen los jóvenes por sus referentes (nosotros),  travestidos en truchos adolescentes negados a envejecer, genera una catástrofe paradojal,  la de jóvenes desilusionados por adultos, a quienes  lejos de querer parecerse rehúyen,  y caen así en un  desesperanzador envejecimiento precoz provocado por un cruce de roles temporales. Para decirlo de modo simple y ya sin vueltas: adultos adolescentes y adolescentes viejos, cruel inversión cronológica en una  sociedad loca.
¡Trucha adultez-adolescente y tristísima adolescencia-envejecida!
Decía un gran filósofo argentino: “Debemos aceptar ser adultos si de verdad queremos ocuparnos de los más jóvenes. Necesitamos, más que nunca, adultos comprometidos a su tiempo,  la descendencia con su sensible y aguda mirada así nos lo exige”.

Ellos son el futuro, ellos nos imploran por el límite y el marco referencial  que lejos de esquivar, debemos con dignidad aceptar haciéndonos cargo de la etapa que como adultos nos toca y corresponde vivir.

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