Cruce
de roles
No sabemos muy bien qué es el tiempo, pero
interesante es aliarnos a él partiendo
de la premisa que tiempo y espacio constituyen las dos variables que más nos
condicionan.
El aumento de la expectativa de vida promedio
que trajo aparejado la modernidad
(paradójico a la muerte prematura de millones de niños y jóvenes que
también nos trajo la modernidad con sus macabras reglas de ajuste y exclusión) subyace junto a los desafíos que
la sociedad en general debe enfrentar
para resolver la problemática de una especie (la nuestra) que en promedio vive
unos 25 años más de lo que lo hacían nuestros antecesores en la edad media ,desafió complejo que al
proponer soluciones genera a la par
nuevos dilemas a resolver
Uno de estos graves conflictos está vinculado
a un interesante porcentaje de adultos que no solo se niegan a envejecer – en
una sociedad de valores encontrados que esconde y camufla la vejez – sino que
además en franca regresión cronológica “usurpa” la adolescencia a quienes
legítimamente les corresponde por derecho propio; los adolescentes.
Jóvenes, no solo con el acné del rostro sino
también el del alma, que en pleno estallido vital en
búsqueda de su camino se
encuentran con adultos, que corridos de lugar, no podemos ofrecer el marco
referencial a quienes llenos de incertidumbre así nos lo demandan.
El adolescente “adolece” justamente de lo que
un mayor bien plantado podría brindarle como contención; la experiencia adulta
que ellos aún no poseen y la vida ya les reclama
Pero claro ¿cómo alguien que no acepta los
propios límites puede funcionar como
límite para aquellos que tanto lo necesitan?
El efecto de la usurpación que padecen los jóvenes por sus referentes
(nosotros), travestidos en truchos
adolescentes negados a envejecer, genera una catástrofe paradojal, la de jóvenes desilusionados por adultos, a
quienes lejos de querer parecerse
rehúyen, y caen así en un desesperanzador envejecimiento precoz
provocado por un cruce de roles temporales. Para decirlo de modo simple y ya
sin vueltas: adultos adolescentes y adolescentes viejos, cruel inversión
cronológica en una sociedad loca.
¡Trucha
adultez-adolescente y tristísima adolescencia-envejecida!
Decía
un gran filósofo argentino: “Debemos aceptar ser adultos si de verdad queremos
ocuparnos de los más jóvenes. Necesitamos, más que nunca, adultos comprometidos
a su tiempo, la descendencia con su
sensible y aguda mirada así nos lo exige”.
Ellos
son el futuro, ellos nos imploran por el límite y el marco referencial que lejos de esquivar, debemos con dignidad
aceptar haciéndonos cargo de la etapa que como adultos nos toca y corresponde
vivir.
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