Infancia
La simpleza y claridad con que el gran
escritor italiano Umberto Eco opina sobre diversos temas me atrae sobremanera,
ayer volvió a conmoverme con el encabezado de la nota del diario dominical:
“La vida no es otra cosa que el recuerdo
gradual de la infancia”
La sola frase llega a lo profundo de
las vísceras y es verdad, si al final todo lo que uno va construyendo de una
forma u otra remite a la infancia.
En el afecto que nos une con mis
hermanos (ya grandecitos todos) disfrutamos plenamente trayendo anécdotas de
aquellos días convencidos que han jugado
un rol decisivo en la construcción de
quienes hoy somos, el juego de hacer pasado en presente haciendo brillar
anécdotas de la etapa mas jugosa de la vida nos alegra mucho y solemos
contagiar a quienes nos acompañan en la complicidad.
Eco lo plantea así:
“Lo
que realmente hace dulces esos momentos de la infancia es que tras la neblina
de la nostalgia hasta los momentos dolorosos se hacen bellos”
Qué extraordinaria forma de
aprender a saborear, incluso lo que fue
dolor y fracaso en esa niña etapa, con el extraordinario consuelo de que
aun ante las privaciones
y el sufrimiento en aquellos remotos días amargos, el tiempo se encargara
de sanar en el recuerdo.
Miles de asuntos me vienen al mate, pero me voy al tema candente por
estos días; las olimpiadas de Pekín 2008, tiene que ver con el amor
incondicional por la camiseta de los jugadores argentinos de fútbol,
básquet y jockey femenino, en una
competencia que lejos de beneficiarlos económicamente coloca a muchos de ellos
(al formar parte de la selección) en riesgo frente a sus contratos con los
clubes norteamericanos o europeos donde juegan.
Y lógico, si en nuestro país
donde han faltado durante décadas enteras proyectos institucionales deportivos,
lo único que permitió sostener en pie el sueño de un deportista argentino hasta
llegar a las grandes ligas fue el cariño al juego, los amigos, el club y la
camiseta, reflejada en ese amor incondicional que solo puede gestarse en la
niñez y que en la memoria adulta se ve recortada de ingratitud dejando
en el presente solo agradecimiento a
esos años mozos que todo saben perdonar. Nadie se salva de haber sido
niño, es la matriz de la infancia la
impronta de la cual nos armamos para toda la vida