martes, 29 de abril de 2008

El valor de algunas cosas
   
Entre el efímero y volátil sentido que se da a las cosas, por un lado  y el desmedido apego que suele otorgárseles en otros,  existe lo que intenta dar un justo valor afectivo a ciertos objetos por lo que ellos nos significan.
            El descarte como imposición de un despiadado marketing, que arrasa con lo que pretenda ser durable, desencadena en muchos de nosotros un  desenfrenado recambio de envenenado consumismo -léase que consume a uno mismo-. En el otro extremo conviven quienes se desdibujan aferrados a objetos del pasado, con un apego desmedido .
              Ambas formas no logran mas que  sacarnos de plano de lo más valioso con que contamos, podría decirse con lo único que tenemos, “el presente”.
   Por un lado quienes se lo consumen malversándolo, por un futuro cosificado e instalado en  una especie de religión, donde la moda y el recambio gobiernan. Por el otro, quienes lo canjean, anclados a objetos del pasado, desacralizando lo que ya fue.
            En el medio existe la saludable alternativa de conectar a ciertos objetos por lo que ellos nos dan afectivamente o por lo que su uso nos brinda, sin interferir con  el presente muy por el contario, mejorándolo.
             Una receta de la abuela, un entrañable juguete, nuestro primer disco de vinilo, o el último casete de nuestra cantante favorita, la bicicleta del abuelo, o el viejo ajedrez de papá. Ellos nos regalan tiempo; tiempo pasado, tiempo  futuro, y sobre todo tiempo presente, en definitiva tiempo de eternidad

Hay quienes dicen que los objetos de un difunto no debieran perderse,  ellos nos remontan a él. O como lo hacían los egipcios y otras tantas tribus, enterrarlos con ellos, para que el muertito, quién sabe,  los siga disfrutando en alguna otra parte.

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