El
valor de algunas cosas
Entre
el efímero y volátil sentido que se da a las cosas, por un lado y el desmedido apego que suele otorgárseles
en otros, existe lo que intenta dar un
justo valor afectivo a ciertos objetos por lo que ellos nos significan.
El
descarte como imposición de un despiadado marketing, que arrasa con lo que
pretenda ser durable, desencadena en muchos de nosotros un desenfrenado recambio de envenenado
consumismo -léase que consume a uno mismo-. En el otro extremo conviven quienes
se desdibujan aferrados a objetos del pasado, con un apego desmedido
Ambas formas no logran mas que sacarnos de plano de lo más valioso con que
contamos, podría decirse con lo único que tenemos, “el presente”.
Por un lado quienes se lo consumen
malversándolo, por un futuro cosificado e instalado en una especie de religión, donde la moda y el
recambio gobiernan. Por el otro, quienes lo canjean, anclados a objetos del
pasado, desacralizando lo que ya fue.
En
el medio existe la saludable alternativa de conectar a ciertos objetos por lo
que ellos nos dan afectivamente o por lo que su uso nos brinda, sin interferir
con el presente muy por el contario,
mejorándolo.
Una receta de la abuela, un entrañable
juguete, nuestro primer disco de vinilo, o el último casete de nuestra cantante
favorita, la bicicleta del abuelo, o el viejo ajedrez de papá. Ellos nos
regalan tiempo; tiempo pasado, tiempo
futuro, y sobre todo tiempo presente, en definitiva tiempo de eternidad.
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