viernes, 22 de febrero de 2008

La conciencia de morir

             Se dice que todo lo que hacemos los humanos a lo largo de nuestras  vidas, no es sino la forma constante de negar la muerte, no debe ser tan así, pero solo aliándonos al concepto de la  propia finitud el desafío se vuelve interesante. Hoy sin embargo pareciera que morirse es una vergüenza y si bien es cierto que en la niñez la explosión vital suele no ceder espacio a la idea del final (aunque  algo siempre se sospecha, recuerdo de niño haberme encontrado durante horas atrapado en la idea de cómo seria vivir infinitamente) como adultos jamás debiéramos eludirla como el horizonte más certero que nos convoca.
 En días caprichosamente globalizados el asunto no es fácil, sin embargo aprender a  convivir con la idea de final como conciencia  fecunda es reconocer que desde que comenzamos a vivir también empezamos a morir y eso es justamente lo que hace de nuestra existencia un milagro, el milagro es que dejaremos de vivir en el mismo instante en que también dejaremos de morir.

            Entrar en el mundo adulto no tiene nada que ver con perder la vitalidad que nos define como potentes criaturas  rebosantes de poderosa creatividad, por el contrario, el adulto no solo tiene el derecho si no el deber de conectar con la intensa energía del yo niño puesta al servicio de alguien que ya con algún recorrido, acepta la finitud. Así quizás logremos auto trascendernos en convivencia, justamente, gracias a la cotidiana conciencia de que un día  hemos de morir.